¿Sabés a qué vengo? "Sí, sí, me dijo Mariano (Carabajal, amigo y colega). Vos querés hablar de los fantasmas". Cristian Molina, un porteño de sangre tucumana cuyo destino terminó anclado en una habitación de la casa del "león", tiene pinta de bonachón. A El Palomar llegó una propuesta procedente de Atlético Concepción. El petiso no lo dudó, aceptó y se mandó decidido a cuidar el club y a colaborador con el mantenimiento de la cancha y otros servicios afines.

Molina nunca imaginó que su bautismo laboral iba a ser así. Jamás pensó escuchar cómo toda una tribuna, la local, pareciera cobrar vida después de las 3 AM: "alguien iba y volvía corriendo. Sus pasos eran claros. Las butacas se movían; las movían". El tono de voz del moreno entrevistado es acorde a la tensión de un recuerdo sobrenatural. De algo que excede los términos de la naturaleza. Pero así y todo, su sonrisa confianzuda nunca perderá su eje.

Molina se cruzó a los del bando reventar. "Como creo, reviento. Entonces, trato de no ver ni escuchar", dice, y asegura con timidez su por qué. "Soy miedoso. Sí, eso... El hombre que me dio el apellido murió de un susto, por ver algo que no debía. Y yo, antes de venirme a Tucumán sabía que algo podía pasar acá. Mi mamá me advirtió".

El surrealismo de la prédica del sereno del Atlético bandeño es penetrante, comprador. No tiene necesidad de mentir; sí de relatar lo poco o mucho que sabe del tema.

"Tengo los perros, y en ese sentido, me protejo mucho con ellos. Si escucho algo, primero saco la cabecita por la ventana de la pieza y después veo qué hago. Nada de salir a lo héroe. Cuando lo hice, encontré a dos pendejos paqueros (fumando paco). No sé cómo entraron ni cómo se animaron sentarse en la tribuna a fumar...".

Del día de su llegada a estos de vacaciones en los que él estará de brindis por Buenos Aires abrazado a sus cuatro hijos, Cristian tuvo uno que otro encontronazo con lo desconocido.

"Y, las puertas se abren. En los vestuarios se escucha que se abren y cierran solas", cuenta, y aclara: "todo pasa de noche". Y se defiende: "yo no le doy bolilla. Cuando riego la cancha, a eso de las 2 AM, jamás voy solo. Tengo a los perros, mis auriculares y mi música". A ver, ¿cómo es eso?

"Me pongo la música a lo que da y no escucho ni veo nada. Miro al suelo y levanto poco y nada la mirada. Si hay ruidos, espantos o lo que fueran, no los veo ni escucho, je." Dueño de medidas anti fantasmas, Molina sintió el contacto una vez. "Me tocaron el hombro, me empujaron, pero suavecito, nada violento. Me di vuelta y, claro, no había nada. Fue la única vez que a mí me pasó algo así", relata.

Hay leyendas... "Sí, pero de otros serenos. Uno que vivía debajo de una cabina escuchaba de todo. A veces, y en eso también participo yo, se oyen ruidos que vienen de la cancha, además del típico silbido o chistada. Son puteadas, ja, ja, ja. Los hinchas no quieren irse, parece...", dispara.

Sus ojos negros empiezan a salir a la luz. Dueño de un insomnio impuesto por voluntad propia hasta las 5 AM, Cristian toca un tema fuerte. "Dice uno de los ex integrantes del plantel que vio a 'Pablito', el chico que mataron hace poco. Se paseaba por una tribuna. Yo jamás lo vi, lo juro", cuenta.

Una llamada interrumpe la entrevista. Esa pausa le sirve a Molina para volver a su mundo. No pierde la sonrisa, pero sí agacha la cabeza y mira al suelo de la platea local. De vez en cuando mira al periodista y le sonríe. Tiene algo que decir, después de escuchar "truco". "Eso extraño yo, jugar al truco". La soledad es su aliada, los ruidos extraños sus enemigos. "Un compañero, un día escuchó llantos de un nene en el vestuario visitante. Era un bebé, como olvidado". - ¿Fue alguien a ayudarlo? - ¿Tas loco vos? Mi compañero salió corriendo, pero del susto, je.