Así como la mona sigue siendo la misma aunque se vista de seda, así también la verdad se mantiene inmutable por más eufemismos que se usen para disfrazarla. Probemos entonces con no hacerlo: salvo por esos primeros 15 minutos, Los Pumas no estuvieron ni cerca de encontrarle el agujero al mate en Lille. Los 17 puntos de diferencia en el tablero (39-22) son bastante elocuentes para explicar que entre Francia y Argentina hubo efectivamente un océano Atlántico.
Sin embargo, la postura más sensata es tomarlo con pinzas y no hablar de retroceso. Primero, porque no se perdió contra ningún iniciado, sino contra el subcampeón del mundo. Que, dicho sea de paso, venía de aplaudirle en la cara a Australia en París con un escandaloso 33-6. Y segundo, porque no todas fueron malas: amén de la permanente entrega de todo el equipo, el tucumano Nicolás Sánchez jugó su propio partido y volvió a tener otra actuación destacada. Gestó la jugada que terminó en el try de Marcelo Bosch, se mostró muy efectivo hacia los palos, algo que Los Pumas necesitan.
No obstante, la nobleza obliga a admitir que en la madurez que ha alcanzado el equipo tras el Rugby Championship aún se notan vestigios de adolescencia: ansiedad cuando se ve abajo en el tanteador y multiplicidad de inconductas en terreno propio que lo dejan a merced de pateadores como Frederick Michalak, que de nueve emboca ocho. Pero hay que ser considerados: con Francia pierde cualquiera.