La teoría del "chirlo a tiempo" como método educativo tiene cada vez más detractores -al menos en los ámbitos académicos y legales- y este retroceso queda patente en el proyecto de modificación del Código Civil, que se discute en el Congreso de la Nación. Aunque no llegue al punto del maltrato grave, el castigo físico establece una dinámica en la que el niño aparece como una propiedad de los padres, y no como un sujeto de derecho, coincidieron tres especialistas consultadas por LA GACETA.

Lo que se pretende es derogar el llamado "poder de corrección", y cambiarlo por el deber de los padres de "prestar orientación y dirección". Además, se explicita la prohibición total de malos tratos. En el código vigente -en cambio- si bien se legislaba en el mismo sentido, el artículo 278 adjudicaba a los padres el poder de "corregir" a sus hijos, siempre que lo ejercieran "moderadamente".

"Más que un chirlo a tiempo, una conversación a tiempo", reformula la docente y comunicadora Eva Fontdevila, integrante de la Agencia de Noticias sobre Infancias de Tucumán Argentina (Anita).

"Así como no tenés derecho a pegarle a tu mujer, tampoco tenés derecho a maltratar a tu hijo", reflexiona Mariana Rey Galindo, abogada especialista en Derecho de Familia.

En el texto de la reforma se prevé, además, que los progenitores pueden solicitar el auxilio de los servicios de orientación a cargo de los organismos del Estado en caso de necesitarlo.

Fontdevila destaca que el espíritu de la reforma hace hincapié en la importancia de que la crianza sea un ámbito de diálogo. "El niño debe participar del proceso de crianza. Eso no implica que los padres renuncian a poner límites, sino a imponerse con autoritarismo o con violencia", explica.

"Lo que antes se reconocía como 'patria potestad', como un derecho casi ilimitado de los padres sobre los chicos, ahora se reconoce como 'responsabilidad paterna' y cambia el rol tutelar que tenía el Estado por una mirada de protección integral de los niños", agrega la abogada.

"Venimos de un sistema tutelar, en el que el Estado se tenía que hacer cargo del menor, que podía ser entregado a un juez para que decida qué hacer con él. Con la reforma, se establece que el Estado debe auxiliar a los padres a cumplir su obligación y a establecer normas que no impliquen la violencia. Se saca el tema del ámbito judicial y se lo traslada a un área administrativa, de políticas sociales", explica Fontdevila.

Las voces de los protagonistas
Lo cierto es que hay otros recursos, distintos del golpe, para encaminar la educación de los chicos, todos parecen coincidir. La penitencia, la charla de corazón a corazón o el "cono del silencio" son algunos. Pero a la hora de los bifes, es decir, confrontados con la realidad cotidiana, muchas madres o padres admiten que alguna vez se les escapó el famoso chirlo, o un tirón de orejas. La mayoría también reconoce que fue más por desborde e impotencia que por "convicción golpeadora".

Patricia, con hijos que ya están en la universidad, confiesa que, cuando eran chicos, "los hacía re c..." (así define al chirlo en la cola). Pero "cuando pudimos empezar a charlar, ya no les pegué más", cuenta. "Hoy, a la distancia, creo que el chirlo fue la manifestación de impotencia por no poder frenar cosas como que se suelte de la mano y cruce la calle, por ejemplo", admite.

"Generalmente uso la penitencia, pero cuando siento que se pasan -no más de 10 veces en 15 años- alguna vez he puesto un chirlo. Solo una vez, cuando una reacción de mi hija me pareció extremadamente irrespetuosa, dejé de hablarle por una semana. Cuando era chica, yo 'ligaba' a cada rato, y no siento que eso me haya ocasionado un daño psicológico", narra Viviana a LA GACETA, una arquitecta con dos hijas preadolescentes.

María, también arquitecta, admite que, a veces "un tirón de orejas no viene mal", aunque eso sucedía cuando sus hijos, hoy adolescentes, eran pequeños. "En la actualidad, sentarnos y conversar tiene mayor efecto. También las penitencias son a corto plazo".

Hay quienes se las arreglan para mantener la calma contra viento y marea. Delia (psicóloga) asegura que su hija Claudia, de seis años, nunca recibe un chirlo. "Cuando hace algo que no está bien se lo digo y a la noche volvemos a conversar del tema. Por ahí, mi marido la manda a pensar a su cuarto. Por suerte, es una chiquita buena y dócil".

Beatriz también se sube al tren anti-chirlo. "El castigo físico no forma parte de la crianza de un hijo; a mí y a mi esposo sí nos pegaban de chicos; pero por suerte no adoptamos esa práctica", relata esta médica tucumana que vive en Buenos Aires desde hace años. "Sí pongo penitencias, como no jugar a la PlayStation una tarde. Cuando eran bebés, hacía maniobras de contención como sostenerlos entre mis brazos hasta que entendían quién mandaba. Ahora, con nueve y 13 años, es suficiente decirles las cosas -afirma-. Aunque siempre me sentí culpable de ser estricta, no soy ni la cuarta parte de lo que fueron conmigo".

Para los que pasaron los 30, el recuerdo del chirlo corrector es parte del cajón de fotos viejas. "Todavía me acuerdo del día en que repetí en mi casa una palabra se la tiré como insulto a mi mamá, y mi papá me arrastró de la oreja para que busque en el diccionario qué significaba. Ahora, como mamá, me cuesta poner límites. No podría darles una paliza, pero parece que cuando me enojo digo cosas ofensivas", rememora Elena, una odontóloga que tiene dos niños en la escuela primaria.

"Yo hace años que no les doy un chirlito. Soy más de un buen grito y de poner en penitencia. Si las mando a su cuarto, nunca dejo de recordarles que mi padre me mandaba al baño de penitencia porque decía que en mi pieza tenía de todo, así que charlaba con el inodoro", ríe Fernanda, madre de dos niñas.

Cuanto más grandes se hacen los chicos, más fácil parece ser la imposición de límites sin necesidad de apelar al golpe, parecen coincidir las mujeres consultadas. La apelación a la palabra es la clave.

Otras violencias
El maltrato puede adoptar otras formas, además del golpe, y una de las tareas más importantes del Estado en este ámbito es la de brindar información, indica Lucía Briones, directora del departamento de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán para la prevención de la violencia familiar. Se habla de maltrato cuando se ocasiona daño físico o psíquico, por acción -golpe, insulto, agravio, humillación- o por omisión, como cuando no se brinda cuidado y atención.

"En el Congreso Mundial de la Infancia, el estadounidense Frank Larue (relator para la Libertad de Expresión de la ONU) contó que, de una encuesta que se hizo en su país, surgió que en la mayoría de las casas se comía en silencio. Eso también es una forma de violencia -revela Fontdevila-. La renuncia a la palabra es grave. El chico necesita saber por qué se pone la norma"

"Tratamos de orientar qué se entiende por 'poner límites'. El golpe no es un límite y eso es importante señalarlo porque -aunque hoy decimos que el chico es sujeto de derecho- muchos lo siguen considerando como una propiedad de los padres", agrega Briones. En el departamento que conduce, en la Municipalidad, reciben hasta cuatro casos por día de violencia en la familia, de la que los niños son víctimas o testigos. LA GACETA© 


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