Silvia Trigo está a punto de cerrar la puerta de la rotisería. Sabe que de noche hay peligro. Y justo antes de que la llave dé media vuelta, aparecen los delincuentes. Empujan, sacan armas, encañonan. Ella no lo puede creer. Tampoco su esposo. Es el segundo en el que todo puede pasar...
- "Dame todo, rápido", le exigen.
Temblando, ella busca el dinero y se lo entrega. Los ladrones huyen. Ella se queda paralizada. Piensa en sus tres hijos. Quiere abrazarlos. Y llorar. Pero tiene que aguardar a la Policía para hacer la denuncia. La espera se hace eterna.
Pasaron dos semanas de nervios, de paranoia, de temor. Y otra vez la inseguridad inundó la vida de Silvia, solo que esta vez ante la mínima sospecha ella cierra la puerta. "Esto no da para más", dice. Y desde entonces, desde hace tres semanas, la vidriera de su negocio es un enorme enrejado negro. Un cartel que dice "abierto" cuelga en el frente. "No me dejaron más opción que trabajar encarcelada", dispara.
Sigue aterrada. Su temor está justificado: en el barrio Zenón Santillán, donde tiene el negocio, hubo varios asaltos en los últimos meses, con violencia inusitada en algunos casos. Los vecinos tienen miedo. Le echan la culpa a la falta de vigilancia, a la droga que circula sin control y al desolado Campo Norte, ubicado al costado del barrio.
El Zenón Santillán, ubicado a pocas cuadras de la Jefatura de Policía, fue uno de los ocho sectores elegidos para una investigación realizada en la provincia, a través de la cual se intentó demostrar si existe una conexión entre la cantidad de delitos y la sensación de inseguridad.
Algunas conclusiones de todo el relevamiento en Tucumán son: tres de cada 10 vecinos fueron víctimas de delitos (muchos no lo denunciaron) y siete de cada 10 sienten mucho o bastante temor en su vida cotidiana. El 52% se siente inseguro caminando por su barrio y el 30% considera que es muy probable que alguien intente ingresar a sus casas por la fuerza.
Las mujeres tienen más miedo que los hombres y los adultos mayores son más temerosos que los jóvenes, según el trabajo, efectuado por la licenciada Lucía Cid Ferreira, magister en Sociología Aplicada de la UNT y directora de proyectos de investigación en sociología criminal.
El estudio, que comenzó a realizarse en 2008 y fue publicado hace un mes, incluyó 400 entrevistas en cuatro barrios de alta vulnerabilidad (Alto la Pólvora, Matadero, Las Palmeras y Villa Muñecas) y otros cuatro de baja vulnerabilidad (Zenón Santillán, centro, Marcos Paz y barrio Sur). "La sensación de inseguridad no es completamente independiente respecto de la cantidad de delitos. Pero en muchos casos este sentimiento no tiene relación con la probabilidad de ser víctima de un delito", señaló la experta.
Un ejemplo claro de esto son las zonas rojas. Si bien en estos lugares es altísimo el porcentaje de vecinos que tienen temor a sufrir un delito, según la investigación, en estos sectores el índice de delitos es bajo.
En el barrio Zenón Santillán la realidad es otra: allí sí hay una relación más directa entre sensación de inseguridad e índices de victimización. Casi la mitad de los vecinos ha sufrido un delito (robos y arrebatos, principalmente). Además, de todas las zonas relevadas, es donde más temor muestran los vecinos: el 80% se siente muy inseguro caminando solo en su barrio y la mitad cree que es probable que le entren a robar en su casa.
Así lo siente Silvia Gennaro, una vecina de Viamonte al 1.300. Antes de abrir la reja que separa su casa del mundo, mira varias veces a un lado y otro de la calle. Muchas cosas en su vida han cambiado en los últimos años, desde que sobre esa arteria comenzaron a multiplicarse los robos a personas que suben o bajan de los colectivos. Y desde que los ladrones ingresaron a su vivienda para robar. Ahora vive rodeada de hierros: hasta el patio interno fue cerrado con rejas. "Ya no podemos ni mirar al cielo tranquilos. Vivimos con mucho miedo; en los últimos tiempos en esta zona empezó a correr droga y tenemos muchos jóvenes consumiendo y robando para poder conseguir sustancias", dice.
Los grupos que se juntan en las esquinas a drogarse es a lo que más le temen los vecinos. Y también a los carreros que entran y salen de un basural clandestino que hay en Campo Norte. "Ellos son los que marcan las casas; saben todos nuestros movimientos y es un peligro", explica Silvia Cabrera.
En zapatillas va y viene Carlos Ramos, dueño de una verdulería ubicada en el corazón del barrio. Creció corriendo en sus calles, cuando no eran las calles del peligro. Ahora, según cuenta, cuando el reloj marca las 8 de la noche, es mejor cerrar todo y quedarse guardado. Algunos días, ha llegado a contar hasta siete arrebatos que sufrieron sus clientes mientras iban a tomar el colectivo.
Carlos mira de reojo, desconfiando de todo lo que pase por su vereda. Cuando algo le parece extraño, pone el candado en la reja. Así trabajan casi todos los comerciantes en este barrio atravesado por pasajes asfaltados y salpicado por casas con techos a dos aguas, con verjas que se han ido extendiendo tanto que abarcan desde el suelo hasta los techos ¿Sensación de inseguridad? "No. Yo no fui víctima de ninguna sensación; no soñé con una pistola apuntándome. Fue en vivo y en directo, y desde entonces mi vida cambió para siempre", resume Silvia Trigo.