La fiesta patronal de Nuestra Señora del Rosario, en Monteros, tiene muy antigua tradición. Ya en 1612 existía allí una cofradía de esa advocación, según el testamento del capitán Juan de Espinosa, que fue su mayordomo.
Más de un siglo después, en 1719 -según consta en las actas del Cabildo- el cura vicario de Monteros informó al teniente de gobernador, Urbano de Medina y Arze, sobre un suceso extraordinario. Según el vicario, "una imagen de Nuestra Señora del Rosario que se hallaba en el pago de los Monteros, en un rancho, por haberse arruinado la capilla (hará) 3 ó 4 años", había sido descubierta por unas mujeres devotas. Cuando fueron a iluminarla para rogar por los soldados que salían en campaña, vieron que "empezó a sudar de tal modo que, dando cuenta aquellas pobres, se alborotó la ciudad y su jurisdicción".
Se avisó al Visitador Eclesiástico, quien acudió al lugar con el Guardián de San Francisco. Verificaron que el sudor duró desde el lunes 29 de mayo al miércoles siguiente, "tan coloso que bañó todo el vestido y el pie del cajón donde estaba". Llevaron entonces la imagen a unas capilla, y allí "ha continuado el sudor, en la misma circunstancia de mudar colores en el rostro, poniéndose un lado sumamente encarnado, y por aquella parte sudaba y lloraba de todo un ojo, quedando el otro sumamente pálido. Y a poco rato se veía el mismo efecto en el otro lado…"
Con todos estos informes, el gobernador Alejandro de Urízar y Arespacochaga encontró que se trataba de "señales milagrosas", que indicaban la necesidad de arrepentimiento por parte del pueblo pecador. Así, dispuso rogativas y procesiones, y en especial "el sacramento de la Penitencia" para aplacar la ira divina así manifestada.