La luna llena, redonda y perfecta, apuñala la oscuridad de la ciudad. Es agosto y no hace frío. La noche se envuelve con su traje misterioso. Y mete miedo. Se dibuja en los rostros pávidos de quienes suben el cerro. Se refleja en las gotas de transpiración de los serenos de los cementerios. Se siente entre los médicos de las agitadas guardias hospitalarias. Se pasea por los teatros. Paraliza con sus ruidos de ultratumba. Corta la respiración e invita a apurar el paso.
Hay historias que no todos conocemos. Mitos urbanos y leyendas que se encienden cuando casi todas las luces de la ciudad se apagan. Sus protagonistas son fantasmas. Corren por los teatros vacíos, se reflejan en los espejos, caminan por las viejas casas y por las necrópolis.
Increíbles para algunos, con asidero para otros, cada vez son más los relatos asombrosos que se tejen colectivamente. Los fantasmas existen. Existen porque aparecen en las voces de quienes, resignados a la presencia de las ánimas errantes, se acostumbraron a convivir con ellas.
En nuestro tour por algunos sitios misteriosos de la ciudad recogimos testimonios que describen episodios inexplicables: objetos que se mueven en un sótano desolado, máquinas de escribir que teclean solas y tacos que suenan por las escaleras. Una "dama de blanco" se pasea detrás de escena. Otra, también con vestido claro, aparece a la vera de algunas rutas. Y hasta se sube en los vehículos. ¿Se tratará de la víctima de un accidente? ¿Será un antepasado que volvió para ocupar su lugar? ¿O simplemente algo imaginario?
Hay leyendas de historias violentas irresueltas, de personajes legendarios, de casas embrujadas y de crímenes atroces. Los relatos se hacen mitos a la vuelta de cualquier esquina y detrás de las tumbas. Están allí, esperando a quienes se atrevan, cualquier noche, a descubrirlos.