Mario Markic - Periodista, conductor y escritor

Cuando el gerente general de LA GACETA, José Pochat, me propuso hacer un documental para el centenario, no lo pensé dos veces: por un lado, siento admiración por los diarios que permanecen en el tiempo; por el otro, era un gran desafío, puesto que la última vez que había encarado un trabajo tan ambicioso había sido cuando preparé una tesis sobre el periodismo en la época de Rosas, mientras cursaba la carrera en la escuela Superior de Periodismo.

El tema no era fácil y decidí contar, en paralelo, la historia del país y del mundo con la del propio diario. Esa experiencia fue una ventana abierta para espiar en los hechos más notables que ocurrieron en la provincia desde 1912, y en la evolución de los gustos, las costumbres, las modas de una sociedad que empezaba a dejar de ser una aldea para convertirse en -como bien lo señaló su primer director- la gran capital del norte.

El trabajo me llevó más de un año. Empecé a escribir el guión en el invierno pasado, cuando tuve que volver en ómnibus desde Río Gallegos hasta Buenos Aires por falta de vuelos (estaba el tema de las cenizas volcánicas). Allí -fueron dos días de febril escritura- comprendí que no sería nada fácil.

Tenía a mi disposición el valioso archivo de LA GACETA, con todas sus fotografías, pero para hacer un documental de poco más de una hora había que conseguir material fílmico suficiente para que la película adquiriese ritmo desde el principio y no lo abandonase hasta el final. Así fue como me sumergí durante meses en los archivos de noticiosos, películas, y documentales, que encontré en archivos privados, además de esa fuente inagotable de imágenes que es el Archivo General de la Nación.

El resultado es que, en promedio, cada dos segundos aproximadamente hay un cambio de imagen -sea foto o película blanco y negro y color-, lo cual no sólo garantiza el necesario correlato entre el guión y lo que se muestra, sino también la dinámica del paso del tiempo.

El sabor de la historia

Gran mérito de mi editor, Félix Villaverde, que supo imprimirle el tiempo necesario a cada escena, o el acercamiento a cada fotografía para acentuar su fuerza dramática. Hemos trabajado sábados y domingos, y esperamos haberlo hecho bien. Apretar cien años de historia no fue fácil. Hubo, necesariamente, un criterio de selección y valoración. Viajé tres veces a Tucumán para realizar entrevistas y filmar calles, edificios viejos y nuevos, y trabajé a destajo en la redacción, con el invalorable aporte de los eficaces archiveros. Carlos Páez De La Torre (h) fue un excelente guía oral por la apasionante historia de los tucumanos -de la gran historia como de aquella historia doméstica, menuda, que a todos nos gusta escuchar y leer- y hasta el día de hoy sigo sorprendiéndome de que LA GACETA sea el único diario que todos los días publica una sección dedicada a la historia.

Cuando me sumergí en el vértigo diario de la Redacción, sólo tuve que imaginarme el tableteo de las viejas máquinas de escribir, pero supe, instantáneamente, que el espíritu de Tomás Eloy Martínez, aquel notable cronista, crítico y exquisito escritor, todavía estaba en aquel ámbito de pertenencia: allí se había formado, como tantos otros notables profesionales que enaltecieron este querido oficio y que trascendieron, con su talento, las fronteras de Tucumán y la Argentina. Así, el arquitecto César Pelli nos dice: "En casa decíamos el diario y todos sabíamos que hablábamos de LA GACETA. Para nosotros LA GACETA era el diario."

Otro dato no menor y que me llenó de sorpresa es que Ramón Palito Ortega había sido gacetero, que es como llaman en Tucumán a los canillitas. Y cuando lo entrevisté, me confesó que apenas fue ungido como gobernador de la provincia, leyó un recuadro que decía "De canillita a gobernador". Y para él, ver ese título fue un gran orgullo: como que el círculo de su infancia y su adultez, de su pertenencia a Tucumán, se había cerrado.

Todos mis entrevistados han resaltado de modo especial el hecho de que se trata de un diario que ha permanecido cien años en manos de una misma familia, en estos tiempos de fusiones y de ventas.

Soy de los que piensan que un diario es algo precioso, y que si una persona se dedicara a leer con detenimiento un buen diario todos los días del año (algo imposible, claro, por la falta de tiempo) sería una persona cultivada. Fíjense el servicio que hizo LA GACETA a la cultura, por ejemplo, desde 1947, de manera sistemática: una página literaria, que después se transformó en suplemento, y donde escribieron los más grandes de la literatura argentina y latinoamericana. Incluso, muchos autores que estaban prohibidos por sus posturas políticas y no podían publicar en los diarios de Buenos Aires.

La impronta del diario, descubrí, marcó a fuego a la sociedad tucumana. Fue muy simpática la campaña que inició LA GACETA para desterrar la necesidad de andar siempre de saco en las oficinas públicas, aún en los abrasadores meses del verano. Se llamó "sinsaquismo" y tuvo éxito. Lo mismo pasó con la reconstrucción de la Casa Histórica de la Independencia, que el diario apoyó con editoriales y notas.

El ejemplo me demostró la fidelidad de la sociedad tucumana con un medio de comunicación y el arraigo a esta tierra, y la tradición que lleva como bandera después de un siglo de contacto cotidiano con sus lectores.

El gran secreto

Me arriesgo a decir que LA GACETA es una necesidad para los tucumanos.

Está más allá de las ideas, de los acalorados o gélidos tiempos políticos, de lo temporal. Se puede disentir con un medio de comunicación, pero si algo aprendí revisando este vínculo de cien años con generaciones de lectores, es que el gran secreto es la confiabilidad, la certeza de que el diario ha permanecido fiel a sí mismo a lo largo de un siglo, ha respetado el contrato con sus lectores, ha sido un medio de comunicación que nació para vivir de contar noticias, que llegaran a las más bajas como a las más altas capas sociales, como anticipó Alberto García Hamilton en su primer editorial.

Por eso puede celebrar, también, un siglo de vida. Muchísimos medios, nacidos al impulso de un proyecto político, duraron hasta que se terminó la magia del proyecto, el encanto… o la plata.

LA GACETA vive de contar noticias desde hace cien años. Eso es profesionalismo y periodismo independiente. Sustentado por la venta y los avisos publicitarios. No hay grandes secretos.

Fue un placer hacer el documental de LA GACETA. Me dejó la certeza de cuál es el rol del periodismo moderno. Un antiguo diario de familia que supo mantenerse fiel a sus principios y que fue valiente aún en los momentos más sombríos; y que supo invertir en tecnología cuando fue necesario para convertirlo en un diario de peso en el mundo periodístico del país.

Y el placer de haber mostrado, a lo largo de cien años, la alegría de las celebraciones, la nostalgia, la melancolía por las cosas que se fueron y los entrañables personajes que proyectaron la tucumanidad más allá de la provincia.