El niño aprende jugando. Su desarrollo motriz, se basa en los aprendizajes adquiridos en los primeros 7 y 8 años de vida, y esas capacidades aprendidas les sirven para toda la vida. Los docentes no desechamos los nuevos juegos basados en la tecnología, pero las ventajas de aprender enfrentándose a los desafíos de resolver problemas y superar obstáculos, es doblemente ventajoso. Los niños que pasan muchas horas frente a la pantalla de la TV o a la computadora y videojuegos, corren el riesgo de no lograr la madurez necesaria para relacionarse con los otros ni de ejercitar la creatividad y la reflexión. Estoy convencido de que a los niños que asisten al jardín de infantes no hay que exigirles tanto que aprendan a leer y a escribir; debe aprender a jugar porque jugando aprende. Hay que dotar a las plazas de elementos lúdicos. No alcanzan ya el clásico columpio ni el tobogán y la hamaca; los niños necesitan trepar, revolcarse, reptar, colgarse de las barras; necesitan corretear en espacios seguros, y bien planificados si queremos ayudarlos a adquirir destrezas motoras y visomotoras. Estos espacios deben ser accesibles también para aquellos niños con capacidades diferentes. Que las plazas tengan elementos de recreación para niños no videntes y para los que sufren discapacidad motriz o cerebral. No estoy de acuerdo en que a temprana edad los niños se relacionen con la tecnología. Son juegos novedosos y atractivos, por el interés que despiertan en esta generación la electrónica, las pantallas y las botoneras. Pero el niño necesita primero un mundo real compartido con otros; esos otros con los que pueda aprender a relacionarse, y a desarrollar un lenguaje común. Para los docentes, es todo un desafío.