Por Eugenia Flores de Molinillo
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
"Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina." Mario Vargas Llosa.
6 de julio, 1962. Bajo el vibrante sol estival del sur de los Estados Unidos, el río discurre, majestuoso. Allí cerca, en un pueblo del estado de Mississippi, muere quien había añadido a tal nombre -que es el del río, cargado de aventura y sueños de expansión-, la imagen de un mundo desgarrado por pasiones ideológicas, sentimentales o existenciales. En fin, humanas.
William Faulkner no textualizó el fluir de las aguas del Old Man River (*) -Mark Twain ya lo había hecho-, sino el fluir de la sangre en tanto metáfora de esas pasiones.
Le interesó también la sangre que fluía conformando genealogías familiares: la mezcla de razas, iniciada en el pasado esclavista, generaba hipocresías e injusticias irreparables. Lo supo el protagonista de El oso, Ike, quien busca a sus primos mulatos -o "negros", como simplifica la tradición sureña-, para compartir con ellos la herencia de su abuelo, y por fin los encuentra, pero en tal grado de miseria, que todo acercamiento será vano.
Como las aguas del río, como la sangre artífice de genealogías, la escritura de Faulkner fluyó, cuento tras cuento, novela tras novela, constituyendo un corpus revolucionario por sus técnicas narrativas e influyente por su repercusión, aún más allá de su idioma. Me remito al epígrafe de este artículo, y sigo con Vargas Llosa: "Los mejores escritores lo leyeron y, como Carlos Fuentes y Juan Rulfo, Cortázar y Carpentier, Sábato y Roa Bastos, García Márquez y Onetti, supieron sacar partido de sus enseñanzas, así como el propio Faulkner aprovechó la maestría técnica de James Joyce y las sutilezas de Henry James, entre otros, para construir su espléndida saga narrativa."
Espléndida saga que vale la pena conocer aunque no sea de fácil acceso. La escritura de Faulkner fluye a menudo en párrafos que rozan lo críptico, pero sus implicancias enriquecen la trama y estimulan al lector sensible. La oxigenada prosa de Ernest Hemingway (1898-1961), su coetáneo, acentúa lo denso de su estilo.
Faulkner menciona un hecho como al pasar; más adelante vuelve a él, ampliando la perspectiva, y lo completa mucho después, como dibujando círculos concéntricos que van formando un diseño visible sólo al final. Su magistral uso del fluir de la conciencia, sus ocasionales diálogos indirectos, es decir, narrados más que hablados por los personajes, requieren a veces no sólo amor por el lenguaje, sino paciencia. Y es una saga: los relatos se imbrican entre sí a través de personajes que aparecen en más de un texto, ya como protagonistas, ya como figuras secundarias, acentuando el realismo de este cosmos imaginario… ¿imaginario?
Se dice que más de un vecino de Bill Faulkner se habría ofendido con él al reconocerse en un relato, si bien Bill llamó "Yoknapatawpha" -homenaje a los primitivos habitantes-, al condado de Lafayette y "Jefferson" a la ciudad de Oxford, su hogar, el "omphalos" que derivaría en el Macondo de García Márquez y la Santa María de Onetti, entre otras ciudades fundadas por la ficción para mejor explicar la realidad.
Culpas y decadencia
Faulkner detecta la herida de la derrota sureña en la Guerra Civil (1861-1865) en mansiones decadentes y pueblos dormidos. Las viejas familias se aferran a nociones de honor y de clase con un orgullo que se ve como positivo ante la llegada de pobladores especuladores y oportunistas, pero no se retacean los aspectos sombríos de quienes exterminaron al indio y esclavizaron al negro, culpas que pagan con la decadencia de la estirpe, tan bien iconizada en El ruido y la furia en la idiotez de Ben, la crueldad de Jason, la promiscuidad de Caddy y el suicidio de Quentin, el único hijo con un futuro posible.
"La vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa", dice Macbeth ante la muerte. Shakespeare y la Biblia, las grandes influencias en la literatura anglosajona, insertan a Faulkner en una rica tradición y proyectan su escritura hacia lo universal y perenne, aquello que él resumió como "el corazón humano en lucha consigo mismo" al recibir el Nobel de 1949.
Ciertos extremismos derivados del feminismo y la lucha por los derechos civiles intentaron extirpar a Faulkner del canon académico sin notar que su sensibilidad hacia las cuestiones que originaron tales causas las proclamó más que cualquier panfleto "progresista".
Si no ha leído a este maestro de la literatura, comience con Una rosa para Emily. Después me cuenta.
© LA GACETA Eugenia Flores de Molinillo - Profesora de Literatura norteamericana de la UNT
Nota:
* Old Man River, título de la canción emblemática sobre el Mississippi, lo humaniza al llamarlo Old Man, es decir, "Viejo" como sustantivo, no como adjetivo.
PERFIL
William Faulkner nació en New Albany, en 1897, y murió en Byhalia, en 1962. La mayor parte de sus ficciones transcurren en Yoknapatawpha, un condado inventado. Dentro de su obra, se destacan sus novelas El ruido y la furia, Mientras agonizo, Luz de agosto, ¡Absalón, Absalón!; y su libro de cuentos ¡Desciende Moisés! Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1949.