No se puede intentar una solución negando la raíz del problema. Instalar fuerzas policiales en los establecimientos educativos sería incrementar aún más la violencia. ¿Qué está sucediendo en la sociedad donde se dan ciertas situaciones que sobrepasan a los padres y a los docentes? ¿Dónde está la falla? ¿Será en el poder político - incapaz de frenar el avance de la droga- o la disfuncionalidad familiar que genera cierto relativismo ético e indiferencia? Tal vez  la formación docente recibida no alcanza para contener ciertas problemáticas, pero lo que es seguro es que la enseñanza no se basa en la coerción ni en reducir a la escuela a un campo de batalla o a un pseudo sistema penitenciario. Si la meta de la educación es formar a hombres y mujeres dignos, con valores perdurables, capaces de construir la paz, y de ejercer sus libertades con conciencia, definitivamente, con las medidas de tipo coercitivas, estaríamos equivocando el camino.  A veces, la solución no está en implementar nuevas estrategias, sino en volver a las fuentes: al compromiso de ejercer cada uno el rol que le corresponda o para el que fue capacitado, sin perder de vista el hombre que pretendemos forjar.