Paul Auster había recibido no pocas críticas por algunas de sus últimas novelas, que llegaron a ser definidas como parte de una narrativa fría, insípida y repetida. Ahora, a los 64 años, Auster dejó de lado las historias de ficción y se puso a indagar en lo que ha sido "vivir en el interior de su cuerpo"; hacer "un catálogo de datos sensoriales", una "fenomenología de la respiración".
De eso, y de mucho más, se trata Diario de invierno, la autobiografía que acaba de editar Anagrama, donde confluyen la vida cotidiana, los recuerdos de la niñez, los accidentes, las enfermedades, el azar (ese tema tan austeriano), los vicios, la sexualidad, el amor por una mujer, la juventud y la vejez, la muerte (fuera de otros -padres, familiares, amigos y extraños- o como eje determinante de la existencia humana), las casas donde vivió (21 domicilios, en EE.UU y Francia, mayormente), el aborto, la familia (sus secretos, sus encantos, sus mecanismos internos), la intimidad, los "viejos tiempos", las innumerables grietas (económicas, políticas, sociales, ideológicas) del modo de vida norteamericano contemporáneo, los rastros de su obra (con una inversión más que interesante: ya no es la realidad quien se cuela en la obra, sino la obra quien se revela en la vida, sobre todo con pistas probadas en Leviatán, El cuaderno rojo, Sunset Park, La invención de la soledad o La trilogía de Nueva York), la salud, los viajes (en avión, en buque, en auto), la relación entre emoción y pensamiento, el placer y el dolor, la incapacidad de llorar ante algunas circunstancias, la develación de su propia existencia (ya que tantas veces somos "extraños de nosotros mismos"), la incredulidad, la culpa, la nostalgia frente al pasado, su amor por Siri Hustvedt, anécdotas varias ("islotes de recuerdos en un inacabable mar de negrura").
Lo más extraño -y a la vez original- de esta autobiografía es que está escrita en segunda persona, como si el autor le hablase a ese otro que vive en su cuerpo, a la relación de ese cuerpo con el mundo (alguna vez Auster escribió: "el mundo está en mi cabeza, mi cuerpo está en el mundo"). Y para ello se vale -una vez más, y de manera medida- con la metáfora de las habitaciones cerradas (ese segundo cuerpo de todo ser humano), tan propias de su novelística. Y, para aportar más originalidad, los hechos no se desarrollan en forma lineal y cronológica, sino de un modo fragmentario, con un orden de lógica interna casi argumental. A un ritmo veloz, pero no vertiginoso. Musical, pero no poético.
Siempre nieva, siempre hace frío en Diario de invierno, de Paul Auster. Quizás porque su autor se siente ya "en el invierno de su vida", y sea eso lo que lo ha llevado a escribir su autobiografía.
© LA GACETA Hernán Carbonel - Periodista y escritor. su último libro es
El caso Arroyo Dulce (Galmort).