Por estos días se registraron dos graves tormentas. El fenómeno meteorológico más visible y trágico dejó un saldo impresionante de muertos, destrozos y falta de servicios básicos. Pero desde el costado político-institucional, el tornado en que se convirtió el caso Ciccone acaba de ponerle la rodilla en tierra a Amado Boudou, pese a sus intentos de transferir la responsabilidad a terceros, colgado de las polleras de la Presidenta.

Lo más grave para Cristina Fernández es que no sólo debe cargar con el "yo te puse" que le dijo por televisión a Boudou, sino que este se lo acaba de recordar desvergonzada y públicamente. Y lo hizo a través de un soliloquio lleno de risitas nerviosas e imprudencias varias en las que golpeó, en nombre de un supuesto "ataque institucional" y al "voto popular", a cuanta institución tenía por delante empezando por la investidura presidencial.

Tampoco se privó de pegarle a la Justicia, en las críticas que le hizo al juez federal Daniel Rafecas; ni se salvaron de sus broncas las decisiones de dos provincias (Buenos Aires y Santa Fe), ni la Procuración General de la Nación, ni la prensa no alineada, por supuesto. O fue una incoherencia política múltiple o bien un plan premeditado para llevarse a la rastra a otros, si los vientos le siguen soplando en contra.

Sin embargo, en todas estas cuestiones la propia Presidenta debería hacer mea culpa. Quizá no le interese, pero ella debería saber que desde hace meses, los kirchneristas que se precian de tal suelen decirle a la prensa -casi siempre en voz baja- que "no hay nada que se haga que no cuente con el aval de la Presidenta". La convirtieron en un embudo humano, para bien o mal. En este punto hay que ponderar los dos problemas de base que aquejan al Gobierno: ese proceso casi solitario de toma de decisiones y el modo de comunicar, que sólo muestra los planos que hay que mostrar. La centralización del poder y la uniformidad en la difusión es algo que ejerce con notable rigor la mandataria; y después de ella, el abismo.

Entonces llegan los inconvenientes. La gestión a veces se entorpece porque los planes, tal como fueron concebidos para hacerlos marketineros, chocan contra la realidad. Otras porque como los ministros saben que no hay seguimiento, ya que el propósito era el anuncio y no la ejecución, mandan los proyectos al cajón de los sueños eternos. En general, es la coyuntura la que con sus problemas y con los nuevos caramelos que se pergeñan para disimularlos tiene a todo el mundo corriendo, olvidado de lo anterior.

Ante tal descalabro de fondo, el episodio Boudou dejó a todos los miembros del Gobierno, a gobernadores y a legisladores absortos, calculando los daños colaterales que su proceder le generó a la propia Presidenta. Sólo la ministra de Seguridad, Nilda Garré, se desmarcó un poco, alabando al juez. Pero rápidamente rebobinó y salió a decir que tenía "confianza" en Boudou.

Loas al juez

Es que seguramente Garré recordó que el 3 de febrero de 2011, cuando se celebraba la instalación de un cuartel de Bomberos en el ex club Albariños de Villa Lugano -que había sido tomado-, Cristina dijo: "con la Constitución en la mano, con la Ley y con la decisión de un juez de la Nación de tomar cartas en el asunto y apoyar y autorizar y procesar también a quienes habían ocupado este predio, pudimos recuperarlo". Ese juez era Rafecas.

En todo este marco hay que poner el parlamento que desgranó el vicepresidente el jueves. Releer su discurso es todo un desafío a lo que significa seguir una línea argumental, ya que fue y vino por los temas de modo permanente con una inseguridad manifiesta. Saltó de las mafias de la prensa y del juego a dar profesión de fe kirchnerista; y de criticar a los esbirros del periodismo a contar lo bien que le fue en Bariloche con la Presidenta, mientras denunciaba el estudio jurídico de familiares del procurador Esteban Righi, jefe de los fiscales. Errático hasta la exasperación, fue tan pobre lo que produjo el discurso para la imagen de Boudou que, por omisión, terminó convalidando más cosas que las que quiso desmentir.

En primer lugar, el relato que plantó el vicepresidente confirmó que él tenía interés manifiesto en correr de la escena a Boldt, la empresa competidora que le alquilaba a Ciccone las máquinas de su imprenta. De no haber sido así, su dueño, Antonio Tabanelli, no habría necesitado enviar al presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi, a tantearlo para una coima. "Gabbi me pidió una entrevista y me expresó que estaba muy preocupado por mí. El señor Tabanelli me iba a destruir, pero que yo podía arreglar. Que lo único que tenía que hacer era ponerle un número. Que él viajaba a Punta del Este y se iba a encontrar seguramente con el señor Tabanelli e iba a poder, porque era una persona de códigos, encontrar un número, poner un número y solucionar todo este problema", así relató Boudou el episodio y se puso la soga al cuello.

La denuncia que no fue
El 3 de marzo de 2010, él era el ministro de Economía y, como funcionario, tendría que haber denunciado el intento de soborno. ¿Soborno, para que haga qué? Quizás para que impidiera que los nuevos dueños de Ciccone rescindieran el contrato de alquiler con Boldt. ¿Y por qué se dirigieron a él? Porque fue su amigo y socio de toda la vida, José María Núñez Carmona, quien se presentó ante los gerentes y empleados de Ciccone para decir, "de parte de Boudou", que la nueva empresa The Old Fund, que manejaba Alejandro Vanderbroele, había salvado la imprenta de la quiebra y se iba a hacer cargo de la operación con tales o cuales negocios asegurados, como la impresión de billetes por cuenta de Casa de Moneda, por ejemplo.

Justamente, de Vanderbroele, quien frente a su ex mujer se ufanó de ser el "testaferro de Boudou", el vicepresidente no dijo una sola palabra, salvo burlonamente que hay gente "desesperada" buscando una foto de ambos "que no existe", por la que se llegó a ofrecer "U$S 3 millones". Mucho más sencillo será para el juzgado cruzar teléfonos o casillas de mail entre los involucrados para saber si había o no relación; pero esa instancia está por ahora silenciada por la Justicia. Pronto el periodismo empezará a preguntarse por qué no hay novedades o buscará la forma de obtener datos.

En realidad, el vicepresidente tendría que haber explicado esa tarde por qué Vanderbroele era quién pagaba las expensas de su departamento de Puerto Madero, alquilado por un tercero que vive en Madrid y relativizar la afirmación de que esa circunstancia era una prueba. Sin embargo, él prefirió redoblar la apuesta, patear la pelota afuera e ir por el camino de las acusaciones a las mafias, muy molesto por las tapas de Clarín y La Nación que relacionaban el allanamiento con una punta de la supuesta conspiración, a las que llamó "operaciones mediáticas".

Otro de los puntos en los que Boudou se basó para atacar al juez fue el supuesto aviso del allanamiento a la prensa. No recordó aquella alabanza de Cristina a la seriedad de Rafecas, ni mucho menos que el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, en nombre de Papel Prensa, había solicitado su juicio político y sólo se dedicó a contar para ensuciar al juez una turbia historia de narcotraficantes yugoslavos presos que salieron para un casamiento o el mensaje de texto que supuestamente off the record, por lo que él no debería haberlo conocido, Rafecas le había enviado a un periodista que lo estaba entrevistando.

Entonces, llamó a los tribunales de Comodoro Py "agencia de noticias" y, aunque no lo dijo, probablemente la vena se le hinchó aún más de la cuenta cuando supo que la Gendarmería había custodiado el operativo y que él no se había enterado antes. Sobre este punto habló la ministra de Seguridad y afirmó que la dirección del sitio a allanar "estuvo totalmente encriptada" por parte de la Fiscalía.

"La filtración, en todo caso, sería de una persona comprometida en este tema", dijo Garré en alusión a un fotógrafo freelance que había sido detectado ya el día anterior en la zona y que, al parecer, obtuvo los datos desde los Tribunales como parte de su tarea profesional. El mismo, como protección, llamó a un colega y este a otro; y así, cronistas, movileros y fotógrafos corrieron hacia el edificio de la discordia e hicieron su trabajo. Ni siquiera la Prefectura, que presta la seguridad a esa zona, sabía lo que estaba ocurriendo. Lo que para Boudou fue algo espúreo es parte de la rutina de todos los días en la profesión periodística.

Tampoco el kirchnerismo tiene del todo limpia la conciencia para horrorizarse al respecto. En el mismo momento en que Rafecas mandaba allanar el departamento de Boudou, el secretario de Transporte, Alejandro Ramos, se presentaba de improviso en las oficinas del ministro de Desarrollo Urbano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Daniel Chaín, para pedirle al Gobierno de Mauricio Macri que cumpla con la ley y que se haga cargo de los subtes. La encerrona fue complementada con la presencia de periodistas que, en este caso, no se enteraron espontáneamente, sino que fueron alertados por colaboradores de Ramos para dejar en falsa escuadra al Gobierno porteño.

Pero hay más. El día anterior, el mismo secretario había citado a una conferencia de prensa de sólo tres preguntas sobre el mismo caso de los subtes, para las que fueron elegidos a dedo tres medios afines al Gobierno. Lo patético fue que uno de los interrogantes le llegó al ocasional preguntante vía mensaje de texto desde su propia Redacción. No sea cosa que el periodista avanzara sobre algo fuera de libreto.

Seguramente, para evitarse todos esos problemas, Boudou sonrió y cerró su exposición con consejos a la prensa, aunque sin querer escuchar ni una pregunta. Luego, salió de escena con un amable y esperanzado "nos vemos pronto".