No es sencilla la misión que se impone Oskar Schell cuando intenta encontrar a la persona de apellido Black que está vinculada con una llave que encontró entre las pertenencias de su padre, después de la muerte de éste en el 11/S. Pero, en realidad, lo que el niño intenta es prolongar el vínculo lúdico-científico que lo acercaba mucho más a su progenitor que a su ahora devastada madre (interpretada por una correcta Sandra Bullock). En la improbablemente exitosa empresa que encara el muchacho, estará acompañado por un misterioso anciano, un sobreviviente del Holocausto que se niega a hablar (extraordinaria interpretación de Max von Sydow). El chico y el enigmático octogenario se aplicarán a una sistemática búsqueda por todos los barrios de Nueva York, sin mayores datos que los orienten acerca del dueño (o la dueña) de la llave. Con estos ingredientes, el director Stephen Daldry (el de "Billy Elliot", "Las horas" y "El lector") trata de sumar al espectador al viaje interior que emprende el pequeño Oskar mientras salta atrás en el tiempo para pintar la particular relación entre padre e hijo, truncada por el atentado. El fantasma de los atentados siempre está presente; casi obsesivamente, el chico escucha a escondidas los mensajes cada vez más angustiantes que dejó en el teléfono el hombre, atrapado en uno de los edificios hasta el fatídico desenlace.
El problema es que el filme que logra Daldry es de esos que dividen a la platea entre los que se entregan sin reparos a la narración y los que no consiguen aceptar emocionalmente el relato. Aquéllos, entonces, se conmoverán ante la lucha del pequeño protagonista por restablecer los puentes afectivos con su padre desaparecido, mientras que éstos advertirán las manipulaciones emocionales que propone el director, pulverizando su eficacia. Y cuando la estructura dramática queda tan en evidencia, la emoción desaparece y la extensión del relato (algo más de dos horas) comienza a pesar en el ánimo del espectador.