Alexander Payne es un realizador que en anteriores trabajos ("Entre copas", "Las confesiones del Sr. Schmidt") ha demostrado un particular talento para contar historias en las que confluyen el drama y el humor; en este filme es también uno de los responsables del libreto (que logró un Oscar en el rubro mejor guión adaptado), y reconfirma sus antecedentes al combinar con enorme eficacia situaciones profundamente dramáticas con remates hilarantes. Payne se las compone para elaborar un cuidadoso relato de las desventuras de Matt, el protagonista, y en las primeras escenas (con la ayuda de un algo obvio relato en off) pinta sin medias tintas la situación a partir de la cual va a desarrollar la historia: la esposa de Matt está en un coma del que no va a despertar, y el hombre tiene que lidiar con sus dos hijas, las que -hasta el momento del accidente- son prácticamente dos extrañas para él. Una dramática revelación le dará un giro inesperado a la historia y acentuará la crisis del protagonista, y todo esto, en momentos en que debe tomar una trascendental decisión para cerrar un negocio inmobiliario que afecta a toda su familia. Fiel a su estilo, el director combina situaciones de hondo dramatismo con toques de humor a lo largo de todo el filme.
Payne acertó al elegir a George Clooney para encarnar a Matt King; candidato a un Oscar que no ganó, el actor se aleja de la figura de galán para transmitir con excelentes y sutiles recursos los diferentes estados de ánimo que atraviesan al personaje. Clooney está satisfactoriamente respaldado por el resto del elenco, en el que se destaca la joven Shailene Woodley (la hija mayor, un personaje complejo y contradictorio) y el veterano Beau Bridges (uno de los primos de Matt, desesperado por cerrar la venta de los terrenos). Es verdad que ciertos giros de la trama pueden resultar predecibles, pero también lo es el hecho de que la historia atrapa y convence, y que la narración se desarrolla sin tropiezos a lo largo de casi dos horas.