Agotadas. Asi quedaron las funciones nocturnas en dos salas de Yerba Buena para ver el comienzo del fin de la saga Crepúsculo. Y cansadas también terminaron las chicas, que no pararon de gritar y de suspirar cada vez que aparecían en la pantalla los galanes masculinos, el vampiro Edward Cullen (Robert Pattinson) y el lobo Jacob Black (Taylor Lautner).
La mirada romántica del pálido enamorado de Bella (Kristen Stewart) desató los más largos "ahhhh...", mientras que los bronceados pectorales de Jake encendieron las expresiones.
En las salas el 80% fueron mujeres, casi todas adolescentes, y seguidoras a morir de esta historia de amor entre dos mundos. El resto eran voluntariosos galanes dispuestos a pasarse una hora y 47 minutos en la modalidad "invisible", mientras sus chicas soñaban con ocupar el lugar de Bella. Especialmente durante la escena de amor en la que ella y Edward se besan apasionadamente en las calmas aguas del océano, bajo la luna llena.
A esta altura los pochoclos quedaron por la mitad, olvidados. La tensión de la trama no deja tiempo ni para acomodarse en la butaca. La química sexual que orbita alrededor de los tres personajes principales tampoco da respiros.
A diferencia de las películas anteriores, en esta se profundiza la extraña relación entre Jacob y Bella. Por momentos, el vampiro aparece apañando una conexión sensual entre el lobo y su mujer que él tampoco logra comprender, pero acepta sin discusiones.
Esto despierta la más instintiva admiración del público femenino, que no puede creer que la lánguida protagonista detente la atención de los dos galanes. El vampiro y el lobo la llenan de atenciones, mimos y cuidados.
Los momentos de humor distienden y sirven para resolver cuestiones complicadas, como el hecho de que un vampiro y una humana se casen con vestido blanco, banda de música y torta de varios pisos incluidos.
El final, abrupto, desprende un clásico "¡no, no!" y te deja con las ganas, muchas ganas. Las chicas aplauden y vuelven a suspirar. Ellos se desperezan y las agarran de la mano, pero reconocen que también quedaron atrapados. Con tanto romanticismo, quizás ahora les toque a ellos el turno de jugar a ser vampiros.