Pocos experimentos en la historia de la ciencia conservan tanta vigencia como el realizado por el físico inglés Thomas Young en 1801. El experimento consiste en enfocar un rayo luminoso sobre una placa donde hay dos rendijas verticales y paralelas que, al ser atravesadas por la luz, registran en una pantalla posterior varias bandas claras y oscuras. Ello muestra, se pensó, que la luz es una onda y esas bandas una señal de interferencia de ondas. Si fueran corpúsculos los componentes de la luz -se dedujo- debía aparecer sólo una banda luminosa detrás de cada rendija, señal de los impactos recibidos después de atravesarlas.
La física cuántica ha retomado el experimento y sus resultados siguen dejando perplejo al sentido común. Porque cuando se observa cuál de ambas rutas han tomado antes de ingresar en las ranuras, electrones y fotones se comportan como partículas (atraviesan sólo por una rendija). Pero si no se los observa, entonces se comportan como ondas (atraviesan por ambas ranuras).
Esto cuestiona una idea central de las ciencias: lo real está sometido a reglas con independencia de que sea observado o conocido por nosotros. La objetividad de la ciencia reposa en esa convicción.
Esta rareza del comportamiento cuántico se complica aún más con el experimento de la elección retardada, propuesto por el físico Wheeler en 1978 y ejecutado años después por físicos del CERN.
El experimento consiste en una modificación del experimento de la doble ranura. Esta vez la observación se ubica después que el electrón o fotón ha tomado una ruta (como corpúsculo) o ambas (como onda). En este caso, cuando el electrón o el fotón llega al punto en que se registra su huella, ya ha cumplido su recorrido por una ruta o por ambas. La colocación de esta observación -se presume- no puede alterar ese recorrido ya cumplido. Pero ocurre que no es así: colocar o no dicho registro determina que el electrón o fotón provenga por una ruta o por ambas, respectivamente.
Esa acción de mensura en un presente, pues, actúa sobre un pasado que parecía ya realizado. Y ello viola otra presunción de nuestro conocimiento: la causa no puede ser posterior al efecto.
Experimentos vinculados al hallazgo del comportamiento cuántico en la doble rendija vienen socavando otro par de supuestos de la ciencia y el sentido común: la localización en un espacio-tiempo de las partículas y la existencia de una sola historia en cualquier proceso físico.
Sólidamente asentados en el sentido común y en la ciencia ejercida sobre escalas masivas (como la humana) ambas ideas defienden que todo lo que existe está localizado en el espacio-tiempo y ocurre en una secuencia ordenada trazando una sola historia, no muchas. Sin embargo, entre los puntos A de inicio y B de término, una partícula no viaja por un solo recorrido sino por todos los recorridos posibles simultáneamente.
Para colmo, un experimento ideado por Einstein en 1935 y que se apoyaba en la negación de la acción a distancia a velocidades superiores a la de la luz entre dos partículas, viene siendo realizado. Y contradice las predicciones de Einstein: desde 1982 parece concluyente que partículas sometidas al experimento (Aspect) se hallan extrañamente "enredadas" y se "transmiten información" de manera instantánea, no importa la distancia que las separe.
Destaco una analogía (parcial, ciertamente) entre esa perturbación de su pasado, ejercida por la partícula observada en el experimento de Wheeler, y nuestro acto más cotidiano de las elecciones que ejecutamos. Hay siempre en éstas una prefiguración del futuro desde la cual modificamos nuestro presente. Cuando dos personas acuerdan encontrarse en cierto café a las 20 horas del día siguiente, nótese que también aquí habrá un hecho (ese encuentro a las 20 horas del día siguiente) que se convertirá en presente realizado desde un futuro imaginado. Esa futuridad ideada habrá causado ese presente. El futuro (imaginado, es cierto) funciona como causa que actúa hacia atrás. El préstamo bancario obedece a esa causalidad cuántica: la deuda futura es causa del préstamo presente, éste su efecto.
Observador que perturba
El físico Roger Penrose ha propuesto otro acercamiento entre los fenómenos mentales (que anticipan el futuro mediante el conocimiento y están extrañamente no-localizados) con las propiedades del enredo cuántico y su no localización. A su juicio, la actividad cuántica en el interior de las neuronas señala un camino nuevo para descifrar el origen de la actividad mental a partir del cerebro.
Parece demasiado, ¿no? Las cosas no son como parecen o como pueden creer filósofos solemnes convencidos de haber llegado a "la esencia del ser". Lo que parece obvio se ha vuelto enigmático: ¿por qué nos hallamos ante un universo con su única historia objetiva -independiente de que la conozcamos o no- si se sabe que sus componentes mínimos trazan infinidad de historias que el observador parece dirigir desde el presente? ¿Por qué la localización de objetos y fenómenos si sus componentes mínimos no están localizados y actúan a distancia? ¿Acaso se puede tomar en serio que el observador está perturbando el pasado más remoto del universo -desde el Big-Bang- y modificando en una causalidad invertida lo que ya aconteció?
¿El lector desprevenido quiere otra ironía? Ahí va: sobre bases tan inciertas, sin embargo, "la teoría cuántica de campo constituye la teoría física más precisa que jamás haya existido" (R. Penrose). © LA GACETA
La física cuántica ha retomado el experimento y sus resultados siguen dejando perplejo al sentido común. Porque cuando se observa cuál de ambas rutas han tomado antes de ingresar en las ranuras, electrones y fotones se comportan como partículas (atraviesan sólo por una rendija). Pero si no se los observa, entonces se comportan como ondas (atraviesan por ambas ranuras).
Esto cuestiona una idea central de las ciencias: lo real está sometido a reglas con independencia de que sea observado o conocido por nosotros. La objetividad de la ciencia reposa en esa convicción.
Esta rareza del comportamiento cuántico se complica aún más con el experimento de la elección retardada, propuesto por el físico Wheeler en 1978 y ejecutado años después por físicos del CERN.
El experimento consiste en una modificación del experimento de la doble ranura. Esta vez la observación se ubica después que el electrón o fotón ha tomado una ruta (como corpúsculo) o ambas (como onda). En este caso, cuando el electrón o el fotón llega al punto en que se registra su huella, ya ha cumplido su recorrido por una ruta o por ambas. La colocación de esta observación -se presume- no puede alterar ese recorrido ya cumplido. Pero ocurre que no es así: colocar o no dicho registro determina que el electrón o fotón provenga por una ruta o por ambas, respectivamente.
Esa acción de mensura en un presente, pues, actúa sobre un pasado que parecía ya realizado. Y ello viola otra presunción de nuestro conocimiento: la causa no puede ser posterior al efecto.
Experimentos vinculados al hallazgo del comportamiento cuántico en la doble rendija vienen socavando otro par de supuestos de la ciencia y el sentido común: la localización en un espacio-tiempo de las partículas y la existencia de una sola historia en cualquier proceso físico.
Sólidamente asentados en el sentido común y en la ciencia ejercida sobre escalas masivas (como la humana) ambas ideas defienden que todo lo que existe está localizado en el espacio-tiempo y ocurre en una secuencia ordenada trazando una sola historia, no muchas. Sin embargo, entre los puntos A de inicio y B de término, una partícula no viaja por un solo recorrido sino por todos los recorridos posibles simultáneamente.
Para colmo, un experimento ideado por Einstein en 1935 y que se apoyaba en la negación de la acción a distancia a velocidades superiores a la de la luz entre dos partículas, viene siendo realizado. Y contradice las predicciones de Einstein: desde 1982 parece concluyente que partículas sometidas al experimento (Aspect) se hallan extrañamente "enredadas" y se "transmiten información" de manera instantánea, no importa la distancia que las separe.
Destaco una analogía (parcial, ciertamente) entre esa perturbación de su pasado, ejercida por la partícula observada en el experimento de Wheeler, y nuestro acto más cotidiano de las elecciones que ejecutamos. Hay siempre en éstas una prefiguración del futuro desde la cual modificamos nuestro presente. Cuando dos personas acuerdan encontrarse en cierto café a las 20 horas del día siguiente, nótese que también aquí habrá un hecho (ese encuentro a las 20 horas del día siguiente) que se convertirá en presente realizado desde un futuro imaginado. Esa futuridad ideada habrá causado ese presente. El futuro (imaginado, es cierto) funciona como causa que actúa hacia atrás. El préstamo bancario obedece a esa causalidad cuántica: la deuda futura es causa del préstamo presente, éste su efecto.
Observador que perturba
El físico Roger Penrose ha propuesto otro acercamiento entre los fenómenos mentales (que anticipan el futuro mediante el conocimiento y están extrañamente no-localizados) con las propiedades del enredo cuántico y su no localización. A su juicio, la actividad cuántica en el interior de las neuronas señala un camino nuevo para descifrar el origen de la actividad mental a partir del cerebro.
Parece demasiado, ¿no? Las cosas no son como parecen o como pueden creer filósofos solemnes convencidos de haber llegado a "la esencia del ser". Lo que parece obvio se ha vuelto enigmático: ¿por qué nos hallamos ante un universo con su única historia objetiva -independiente de que la conozcamos o no- si se sabe que sus componentes mínimos trazan infinidad de historias que el observador parece dirigir desde el presente? ¿Por qué la localización de objetos y fenómenos si sus componentes mínimos no están localizados y actúan a distancia? ¿Acaso se puede tomar en serio que el observador está perturbando el pasado más remoto del universo -desde el Big-Bang- y modificando en una causalidad invertida lo que ya aconteció?
¿El lector desprevenido quiere otra ironía? Ahí va: sobre bases tan inciertas, sin embargo, "la teoría cuántica de campo constituye la teoría física más precisa que jamás haya existido" (R. Penrose). © LA GACETA