Pasa por el agua y no se moja; se siente, pero no se ve. Está en los diarios, en las pantallas, en el aire, en los discursos políticos, los pronósticos de los expertos, los movimientos del sector privado, los atribulados diálogos de circunstancia con el ciudadano común... y en la plataforma "Occupy Wall Street". La crisis económica estadounidense existe y, aunque nadie dude de ella (basta y sobra con consultar el índice de desempleo), se vive más como una procesión interior que como un mal detectable a primera vista. Los signos externos confunden y, hasta a veces, expresan justamente lo contrario. "Después de pasar por varias y profundas debacles económicas en Argentina, es difícil pensar que acá hay crisis. La hay, por supuesto, pero no se percibe de la misma manera. Desde 2008 es muy común ver que la gente pierde su trabajo y que le resulta difícil encontrar uno nuevo. El seguro de desempleo, que es muy bueno, atenúa la situación. Es posible que se gaste menos en este contexto, pero es algo que en seguida parece ser desmentido por las miles de personas que hacen colas para comprar el nuevo iPhone, un equipo que cuesta arriba de 200 dólares", analiza Matías Maciel, politólogo porteño y periodista de The Wall Street Journal afincado en Nueva York desde 2006. Los brotes de fiebre compradora chocan contra la medición de la Oficina de Estadísticas del Trabajo de Estados Unidos, de donde surge que el consumo sí ha acusado recibo del malestar económico.
Los números publicados el 27 de septiembre pasado confirman la tendencia a la contracción: el gasto anual por habitante (48.109 dólares o 203.765 pesos) cayó el 2% en 2010 -el declive había sido del 2,8% en 2009- y fue 289 dólares más bajo que hace cuatro años. La crisis, además, no golpea con la misma potencia en todas partes. "Al igual que Londres y París, Nueva York tiene una dinámica e inercia particulares que le permite amortiguar mejor el sacudón. La imagen que ofrece la Quinta Avenida no coincide con el diagnóstico técnico. La crisis está en los detalles. Pero basta con dar un paso afuera de la ciudad para encontrar, por ejemplo, que los Estados compiten vorazmente entre sí para atraer nuevas fuentes de trabajo y proteger las existentes mediante exenciones impositivas... Si esto no es crisis, ¿qué es?", postula el tucumano Oscar Bercovich, economista y estudiante de posgrado en la London School of Economics-Columbia University. CV impotente Ciertos sectores sufren más que otros. El inmobiliario, por ejemplo, aún sangra por la herida de la burbuja hipotecaria que eclosionó a mediados de 2008. Muchos estadounidenses han perdido sus viviendas y muchos -muchísimos- deben lidiar con créditos que llegan a duplicar el valor actual de los inmuebles en urbes como Las Vegas y Miami, donde la burbuja estaba más hinchada. "Esta situación afecta especialmente a los arquitectos. Nosotros, por suerte, tenemos más trabajo que antes, pero la mayor parte de los proyectos están en China, Malasia, Indonesia y Japón", precisó el maestro César Pelli a LA GACETA en septiembre pasado.
La caída del consumo y las hipotecas impagas tienen una causa común: el desempleo o, en su defecto, el temor a perder la fuente de ingresos. El 9% de los estadounidenses económicamente activos no tiene trabajo, de acuerdo con el cálculo del Gobierno de Barack Obama (en Los Ángeles, por ejemplo, la tasa trepa al 12%). Esta porción comprende nada más ni nada menos que a 25 millones de personas... ¡casi toda la población adulta de Argentina! Los grupos sociales más débiles son los primeros afectados por los despidos y el cierre de empresas. Los síntomas de la pobreza se multiplican velozmente en los suburbios no turísticos de Nueva York que concentran a los prestadores de la llamada "mano de obra barata" o asalariados sin más, una clase obrera arrinconada por los precios de la vivienda y la salud, sin sustento estable y con tantas o más dificultades que antes para sostener jurídicamente la eventual condición de inmigrante. Pero el currículum vitae calificado tampoco protege contra el riesgo de no conseguir empleo. "Hay una gran inquietud en el ámbito universitario porque la educación es carísima y la calle está realmente muy difícil incluso para los que tienen un título prestigioso. Esto se advierte con claridad en las organizaciones de la sociedad civil, cuyos programas de contención social están sufriendo un gran recorte de presupuesto", opina la abogada tucumana Edurne Cárdenas, que vive y estudia en Brooklyn, al sur del hermoso parque Prospect.
Las razones del 99%
La salida laboral es una cuestión crítica. "En ciertas áreas, existe un deterioro evidente de la famosa meritocracia estadounidense. La demanda de trabajo supera hasta tal punto a la oferta disponible que las compañías han empezado a moverse con referencias: entrevistan al ?amigo de?, al ?hijo de?, al que viene con la recomendación de una persona influyente. Los argentinos estamos acostumbrados a ello, pero aquí es muy desilusionante. Nadie que haya puesto mucho dinero y esfuerzo en su formación acepta de buen grado que otro con menores calificaciones termine llevándose el puesto", apunta Fernando Leila, letrado graduado en la Universidad Nacional de Tucumán y especialista en Derecho Comercial Internacional. Este tipo de frustración alimenta (y justifica) al movimiento Occupy Wall Street, que el 17 de septiembre pasado tomó el núcleo del distrito financiero neoyorquino y que ha inspirado decenas de protestas con formato similar en otras ciudades de Estados Unidos. El desaliento y la incertidumbre asociados a la crisis se fusionan allí con el repudio contra los excesos del capitalismo financiero. Un sistema que, según los acampantes, coloca al 99% de la población a merced de la influencia política de la mesa de decisión compuesta por un puñado de representantes del poder económico que imponen sus parámetros de seguridad a expensas de la inseguridad del conjunto. Más de la mitad de los "indignados" de Wall Street tienen menos de 34 años, según una encuesta interna publicada en la web occupywallst.org (http://occupywallst.org/). "La crisis es una preocupación tangible entre los jóvenes", confirma el médico y periodista tucumano César Chelala. En las cuatro décadas que lleva viviendo en Estados Unidos, Chelala ha visto la extinción del mito del "sueño americano", y su promesa dorada de prosperidad y movilidad social: "eso ya quedó en el pasado. Sin embargo, este sigue siendo un país poderoso, con una infraestructura impresionante y la pauta está en que el 90% de los premios Nobel, cada año, son estadounidenses nativos o naturalizados. Aquella riqueza, desde luego, no puede caerse de un día para el otro". Y ese liderazgo no se caerá mientras la crisis no pase de sensación o vaga insinuación a realidad contante y sonante.