Antonio de Oliveira Salazar gobernó Portugal con mano férrea por espacio de más de cuatro décadas. No es mucho lo que se sabe sobre este enigmático personaje nacido en 1889, en Santa Comba da O, un pueblito campesino en la provincia de Beira, al norte del país.

Aunque hijo de un humilde mediero, mostraba evidentes condiciones de estudioso desde niño. Un pariente lejano, canónigo, lo hizo entrar al seminario de Viceu. Llegó a recibir las órdenes sacerdotales menores. Pero después dejó eso y se matriculó en la universidad de Coimbra, donde se doctoró con brillo en Ciencias Económicas. A poco de recibirse, le confirieron una cátedra en la casa.

Un país en caos

Por esa época, Portugal estaba desgarrada por conflictos internos. El año en que nació Salazar, había sido coronado el rey Carlos I: éste y su heredero cayeron asesinados en 1908.

Proclamado rey otro hijo, Manuel II, no pudo dominar la descontenta población ni las ambiciones de los militares. En 1910, el rey huyó y se proclamó la república.

Los quince años siguientes asistieron a una pesadilla de trastornos: 16 revoluciones y la formación de 43 gobiernos. En 1918, Salazar fue elegido diputado del partido católico. Asistió a una sola sesión y no regresó más a la Asamblea Nacional. Prefería la tranquilidad de su cátedra.

El caos del país llevaría al ejército, en 1926, a aplastar una insurrección obrera contra el presidente Bernardino Machado y a asumir el poder. En la presidencia, fue colocado el general Antonio Oscar de Fragoso Carmona. Necesitaban un responsable de las finanzas en el gabinete, y alguien sugirió el nombre del austero profesor Salazar. Lo llamaron al Ministerio de Hacienda, pero a los cinco días dejó el cargo y volvió a su casa.

Jefe del "Estado Nuovo"

Dos años más tarde, lo convocarán de nuevo para la misma cartera. Esta vez acepta quedarse, porque impone dos condiciones y los militares las aceptan: poderes totales y absolutos en materia de finanzas, y subordinación de todo gasto público a su inapelable fiscalización. Le parece que puede poner en marcha el plan que viene cavilando. Es el 27 de abril de 1928.

Ministro de Hacienda primero, luego de Relaciones Exteriores, de Defensa, y finalmente presidente del Consejo de Ministros, será Salazar el verdadero jefe de Estado desde entonces hasta el fin de su vida. En cuanto al general Carmona, cumpliría solamente un rol decorativo.

Con voluntad de acero, saneó rápidamente las finanzas, poniéndose bajo la protección de Gran Bretaña. La moneda portuguesa, el escudo, se convirtió en una divisa fuerte, mientras dejaba aletargado el desarrollo industrial del país, que mostraba enormes índices de analfabetismo.

En 1932, Salazar instauró oficialmente el "Estado Nuovo" con una Constitución corporativa de partido único (Unión Nacional) que eliminaba el sufragio universal para reemplazarlo por el voto limitado a los "jefes educados de familia".

Una temida Policía

Se sucederían las insurrecciones civiles y militares contra el régimen, que Salazar fue aplastando de modo lento pero inexorable. Un artículo de época narra que "los barcos cargados de prisioneros políticos viajaban constantemente a las cárceles de Julián da Barra y Timor". Su "Policía da Seguranca do Estado", calcada de la temible "Ovra" de Benito Mussolini, "fichaba y clasificaba sistemáticamente a los sospechosos de oposición a la dictadura".

El clima opresivo de Portugal en tiempos de Salazar está magníficamente reconstruido en la novela de Antonio Tabucchi, "Sostiene Pereira", llevada al cine con Marcello Mastroianni en el papel principal.

Tenía buena relación con Francisco Franco, su vecino dictador de España, y lo visitó unas cuantas veces, además de ayudarlo. Al estallar la Guerra Civil Española, reforzó a los franquistas con 20.000 soldados de élite. Después, su policía entregó a Franco a miles de combatientes que habían buscado refugio en territorio portugués.

Dotado de una mente fría y analítica, Salazar era cauto y hábil. A pesar de su simpatía por Adolfo Hitler, no entró en la Segunda Guerra Mundial. Pero vendía el wolfram de sus minas a los nazis. Cuando vio que perdían la guerra, interrumpió esas exportaciones y permitió que los aliados construyeran bases antisubmarinas en las Azores.

Austero y sin amores

Antonio de Oliveira Salazar era un hombre apuesto, de elevada estatura. Tenía un rostro pálido de líneas clásicas, donde se destacaban la nariz aguileña y los ojos grisáceos un tanto encapotados, que emitían una mirada pícara. Conservó siempre su tupida cabellera. Vestía trajes formales y jamás usó condecoraciones ni entorchados, contrariando la costumbre tradicional de los dictadores.

Odiaba asistir a ceremonias, salvo que fueran indispensables: "señor ministro" era el título con el que debían dirigirse a su persona. Austero hasta el extremo, no fumaba, rarísima vez probaba alcohol y asistía a misa todos los días en la capilla privada del palacio de San Bento.

No se conoce que hubiera amores en su vida. Algunos dicen que todo arrancaba de cierta desilusión juvenil que jamás pudo superar. Su único rasgo familiar fue la adopción de dos hijas. Tuvo desde joven la misma ama de llaves, María de Jesús Freire, salida de un curato. Su jornada de trabajo era de dieciséis horas. No recibía a nadie y sólo muy raramente conversaba con sus funcionarios. Prefería los escritos: papeles, notas, memorandos de análisis.

Democracia, una ficción

En 1958 concedió una larga entrevista a Serge Groussard, para "Le Figaro". Expuso ante el periodista francés varios de sus principios troncales. "Si la democracia es la nivelación por la base, sin admitir las desigualdades naturales; si consiste en creer que el poder tiene origen en la masa y no en la élite, creo que la democracia es una ficción", dijo, por ejemplo.

"No creo en el sufragio universal, porque el voto individual no tiene en cuenta las diferencias humanas. No creo en la igualdad sino en la jerarquía. Los hombres deben ser iguales ante la ley, pero es peligroso atribuir a todos los mismos poderes políticos".

Así fueron pasando los años. Hacia 1960 empezó a deteriorarse su salud. "Su vida de recluso, su inteligencia dedicada a estudiar el pasado, acentuaron su tendencia esquizofrénica, con impulsos alucinatorios y paranoides. Fuera de fase en el espacio y el tiempo, siempre hablaba de su país como una gran potencia colonial", escriben Acocce y Rentchnick, periodistas especializados en medicina.

Se aferraba a los restos del imperio portugués, y eso lo llevó a conducir ruinosas expediciones militares contra las guerrillas nacionalistas negras en Angola, en Mozambique, en Guinea.

Porrazo fatal

Tenía 79 años en agosto de 1968 cuando se dio un porrazo en el dormitorio. El grave hematoma en el cráneo determinó una operación, aparentemente exitosa, pero diez días más tarde una trombosis le paralizó el costado derecho. Estuvo seis meses en el hospital, con un respirador. Luego lo llevaron a su residencia, en una silla de ruedas. De vez en cuando, la televisión lo mostraba un momento, en la terraza soleada, como para que se supiera que seguía viviendo.

Tenía ratos lúcidos, pero nadie se atrevía a decirle que desde que cayó enfermo, lo había sustituido en el poder su viejo compañero Marcelo Caetano. "No puede, nadie puede reemplazarme", dicen que tartamudeaba ante María, la anciana ama de llaves, única depositaria de sus confidencias desde siempre.

Final de una era

El 27 de julio de 1970, un gran infarto terminó con la vida de Antonio de Oliveira Salazar. Miles de portugueses salieron a la calle para ver el cortejo que iniciaba el solemne viaje hasta el pueblito de Santa Comba da O: les parecía imposible que finalmente hubiera muerto el taciturno dictador que se les antojaba eterno.

Su régimen inició pronto el declive final: Caetano fue derrocado cuatro años después por la "Revolución de los Claveles" y Portugal entró en la democracia y la descolonización.

Cuando murió, Salazar era el decano de los dictadores del mundo. Su amigo Francisco Franco lo seguiría, cinco años después.