A pesar de sus recurrentes ironías, la ceguera le dolía y sólo las palabras cumplían la función del bálsamo que podía aplacar -aunque sea un poco- la tortura de la oscuridad. "(Jorge Luis) Borges era un tipo casi indefinible. Y aunque hablaba y argumentaba mucho sobre la ceguera, en el fondo la sufría", recuerda Héctor Tizón, que recibió al autor de "El Aleph" (1949) en su casa de Yala. "Antes de entrar, algo le llamó la atención y me dijo: ?oiga, siento que estoy parado sobre el agua?. Y era cierto -admite Tizón-; estaba sobre el puentecito que cruza una acequia que pasa por la casa. Adentro, tronaba el batifondo. En medio de todo eso, le conté a Borges que tenía un amigo que lo había conocido, el doctor Víctor Vargas. ?¿Y él que hacía? ¿Escribía también??, me preguntó. ?No, era magistrado y era ciego?, le dije. ?Qué notable -respondió- ; todos los jueces debieran serlo?".
Ironías sobre la ceguera junto a una acequia