Hasta sus primeros recuerdos son literarios. Su abuela (una española endurecida por la distancia que nunca le perdonó a su esposo el haberla abandonado) vivía rodeada de cañaverales. Cada noche (durante las temporadas que los nietos pasaban con ella) hacía sonar un riel que había colgado a modo de campana y llamaba a un peón. "Revise los cuartos y eche a las serpientes; los niños van a acostarse", ordenaba.
Muchos años después, uno de los nietos de la española contó la historia en una conferencia que dio junto con Mario Benedetti y con Augusto Roa Bastos en una universidad holandesa. "Le dije al auditorio: si esto hubiese ocurrido en Suecia sería realismo mágico; en mi tierra es realismo pedestre", recuerda Héctor Tizón.
Su primer libro fue "A un costado de los rieles" (1960). Se trata de una serie de relatos en los que el ferrocarril es el paisaje de fondo sobre el cual se tejen las historias. Lógico: como hijo de ferroviario, su vida estuvo ligada al tren desde que tuvo conciencia. "La desaparición del tren representa un final anticipado. Teníamos más de 47.000 kilómetros de vías. Y, sin embargo, destruimos todo", reflexiona dolorido.
Muchos personajes de sus libros son hombres y mujeres de la Puna. Y Tizón cree haber logrado descifrar la clave de su idiosincrasia: "el norteño es un hombre que soporta el sufrimiento con dolor, pero no con desesperanza. Es quizás el único experto en pobreza, pero que no le preocupa".
Tras recorrer el mundo, el escritor siente que las raíces del árbol de su vida están bien enterradas en el suelo natal. "Jujuy es como una intuición -concluye-; aquí está el lugar de la semilla y creo que no la puedo trasplantar".