CÓRDOBA.- Ni a L. ni a su marido les importó cuán chico era su pueblo ni cuán grande el infierno. En el cuarto de un prostíbulo, donde el sexo es mercancía, ellos hicieron el amor. Por fin, él logró convencerla de que abandonara el oficio más antiguo y triste del mundo; se casaron, tuvieron hijos y ahora viven en una casa de campo, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Córdoba.

No fue fácil barajar y dar de nuevo. Pasaron más de diez años del comienzo de aquella historia, que promete un final feliz; sin embargo, a L. todavía la señalan con malicia. "Ella viene del 691", murmuran los pocos vecinos que tiene. Pero a ella no le importa su pasado ni lo niega. "No me arrepiento -dice, con voz serena y delicada-. Tenía que darle de comer a mi hija, y no encontré otra opción. Hoy, gracias a Dios, a la Virgen del Valle y a la luz que me ilumina, que es mi madre, estoy mucho mejor".

Por eso, la mujer no tiene problemas en hablar sobre la vida que llevó en el desolado paraje "691" de Piquillín, donde están las whiskerías "El Motel" y "Las Vampiras", aunque pidió que su nombre no sea publicado. Al primer local, L. lo conoce por dentro; al segundo, sólo por fuera. Allí, desde hace varios días, un equipo de forenses realiza excavaciones para saber si bajo tierra, tal como dicen algunos testigos, permanecen los restos de María de los Ángeles Verón, la joven tucumana raptada en 2002 por una red de trata de personas. "A 'Marita', en el tiempo que llevo aquí, nunca la he visto; me enteré cuando se perdió esa chica, todas sabíamos del caso. Pero mentiría si dijera que la conocí", le aseguró L. a LA GACETA.

- Usted no es de esta provincia...

- No. Llegué en el 2001, cuando tenía 21 años, porque vi un aviso en el diario de mi ciudad que pedía coperas para una whiskería. Decidí venir porque tenía mi hija recién nacida, el padre no pasaba un peso de la manutención y la situación económica era muy, muy mala. Entonces, me entrevisté con Claudia, que era la esposa de Ricardo Martínez (dueño de "El Motel"). Yo era consciente de lo que venía a hacer. En ningún momento me dijeron que iba a trabajar de mucama o algo así. Es más, estuve ahí con unas 15 chicas, y que yo sepa, a ninguna le mintieron que era para otra cosa.

- Alguna de esas mujeres, ¿era tucumana?

- En el tiempo que yo estuve, que fueron poco más de cinco o seis meses, no había ninguna chica de Tucumán. Es más, todas eran de mi provincia. Hace unos días estaba hablando con una gente amiga sobre esto, porque quienes me conocen saben que yo estuve ahí, y me preguntaban si sabía algo de "La tucumanita" o de "Marita" Verón, y yo realmente no la recuerdo.

- Usted habla del tema, entonces...

- Sí, no tengo ningún problema. Incluso, un amigo me decía: ¿qué vas a hacer si te citan a declarar? Y yo le contesté que si me llaman, voy a ir. Me llegó un rumor de que nos iban a citar a todas las todas las chicas que trabajamos ahí. Pasa que en ese entonces nos hacían unas libretas de sanidad, y se comenta que esas libretas ahora están siendo ocupadas por otras mujeres; eso puede implicar muchas cosas...

- Aunque hoy está aquí, lejos de esos locales, ¿sigue en contacto con sus compañeras?

- No, porque hace ya algunos años que no viajo a mi provincia. Como murió mi mamá, ya no tengo nada por hacer allá. A las chicas solía encontrármelas en el colectivo, así que no volví a verlas. Tenía sus números en mi celular, pero me lo robaron. Hasta perdí los números de Fernando, que era quien nos hacía la comida en el local, y de Julio, que era quien nos cuidaba.

L. hace una pausa para encender un cigarrillo. Tiene que acercarse a la pared para que el viento no apague la llama del encendedor. Se disculpa antes de sacar un celular; marca un número y llama. "Hola, sí, gordo, te quería contar que aquí llegaron unos periodistas... sí, quieren saber cómo eran las cosas allá..." La charla dura algunos segundos más; después, L. le manda un beso a su marido, corta y sonríe. Puede seguir conversando con nosotros.

- ¿Qué recuerda de la vida ahí?

- En ese tiempo, como te dije, estábamos con Claudia, la primera mujer de Ricardo. La verdad, me trataron siempre bien. No había menores ni nada de eso. En esos momentos, les entregábamos $ 10 de los $ 30 que cobrábamos. Eso incluía la comida, el transporte y otras cosas. Y realmente estábamos todas bien. Pero luego las cosas cambiaron cuando Ricardo se enamoró de Marcela, una chica que tendrá mi edad, más o menos.

- ¿Qué cosas cambiaron?

- Hubo cosas que no nos gustaron. Por ejemplo, teníamos que pagarles la mitad de lo que recibíamos, y luego fue más, porque de los $ 15 pasó a $ 25. Y hubo algo que a mí no me cerró. Cada dos por tres caía la Policía; si la libreta de sanidad decía que debías volver un 15 de marzo para renovarla, ellos aparecían el 13 y te decían que estaba vencida u otras cosas; así, al final, te terminaban cobrando una multa de $ 1.500 o $ 2.000, que por esos años era muchísima plata. La primera vez, bueno, pasó. Pero ya a la tercera nos dimos cuenta de que era como si Ricardo hubiese estado de acuerdo con los policías para hacernos esto. Era como un curro para sacarnos la plata. Al final, yo me terminé yendo por eso, y porque no estaba bien de salud y mi marido ya no quiso que siguiera trabajando ahí...

- ¿Alguna vez la llevaron a usted o a sus compañeras a otra provincia?

- No era muy frecuente que eso pasara. Sí hubo dos chicas que fueron a Carlos Paz, a trabajar en la época del rally, pero fue por esa temporada, nada más. En las habitaciones había aire acondicionado, televisor y otras comodidades que eran muy caras. Así que se terminaron volviendo. Después, una vez me ofrecieron viajar a Brasil, pero no me animé. Salir de aquí era muy peligroso.

- Seguramente, escuchó historias tan duras como la suya...

- Sí, claro. La mayoría de nosotras era mamá; todas teníamos nuestros problemas: criar nuestros hijos; la cuestión económica de la familia; en fin, muchas cosas. Y, para colmo, eran años muy difíciles en el país.

- También sabe lo que ocurrió con "Marita", ¿verdad?

- Sí, pero me sorprendió que dijeran que ella podía estar acá. Lo que me comentaron fue que la chica que falleció por una enfermedad terminal estuvo junto conmigo, hace unos nueve años; después, en el 2008, volvió a trabajar aquí. Supuestamente, ahí fue cuando tuvo relación con ella. Pero eso me comentaron; no sé ni siquiera el nombre de la chica que contó todo esto.

- Se comenta que ahí falleció más de una persona...

- No sé. El tiempo que yo estuve no había nada raro. Pero trabajé casi siempre con Claudia. Cuando llegó Marcela tenías que pagar para comer, para vivir, no te adelantaban dinero si necesitabas mandar para tu familia; se hizo muy feo.

- ¿Conocía a las chicas que estaban en "Las Vampiras"?

- No, prácticamente. Incluso, yo a los locales los conocía por el nombre de los dueños. A ese le decíamos "El Pato" (en alusión a Alejandro Pérez).

- Usted pudo rehacer su vida...

- Recuerdo que el jueves 21 de julio de 2001 llegué acá. Ese domingo conocí a mi marido, y ahí empezamos. Gracias a Dios, tuve mucha suerte; llevamos más de diez años juntos. La vecindad sí fue muy dura, porque me discriminaban por mi historia en el "691". Pero la familia de mi marido siempre me respetó. Entendieron que fue una situación que pude pasar en su momento. Hoy, con la frente bien alta, no me arrepiento.

- ¿Qué le genera la historia de "Marita" Verón?

- Dolor. En muchos sentidos. Una ve en la televisión el sufrimiento que pasan esas chicas que trabajan obligadamente, encerradas, y eso está muy mal. Yo, por suerte, no pasé algo así. Si quería ir a Córdoba capital podía hacerlo, siempre que fuera entre las 8 de la mañana y las 8 de la tarde, que es cuando empezábamos a trabajar. Además, Claudia nos hacía estudiar, nos llevaba a la peluquería. Pero las cosas con Marcela no fueron igual; había días que no podíamos salir. Se terminó con todo lo que teníamos porque nos decían que se generaban muchos gastos. Estuve muy poquito tiempo con ella, y realmente no me gustó...

- ¿Alguna vez, alguien le dijo que aquí podía estar enterrada "Marita" Verón?

- No, es la primera vez que escucho esto. Realmente me sorprendió, y ojalá que no sea así. Por la lucha de su madre (Susana Trimarco), ojalá que no sea así. A la señora la vi por televisión, y le ruego a Dios que la encuentre viva. No por Ricardo; yo no soy quién para defenderlo. Incluso, cuando le encontraron armas, pensé que era posible que lo metieran preso. Porque, te repito, cuando se enamoró de Marcela, la cosa cambió mucho.