Los debates de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sirven para comprender el estado de salud del mundo. Qué le duele y por qué. Dónde está la enfermedad. Cuáles son sus síntomas y alternativas terapéuticas. Y, finalmente, por qué, pese a las teorías y buenos deseos de la comunidad internacional, no es fácil liberar al mundo de sus terribles y crónicos padecimientos.

La apertura del debate de la sexagésima sexta sesión del llamado órgano principal de la ONU ha actualizado la radiografía del enfermo. Entre innumerables dolencias de menor jerarquía e interés, este mundo presenta una molestia intolerable en Oriente Medio, precisamente en el territorio que reclaman Palestina e Israel. Y aunque los líderes de 193 países abogan públicamente por la sanación urgente de este conflicto, la posición de la ONU depende en última instancia de las posiciones de los 15 estados miembros del Consejo de Seguridad y, especialmente, de las cinco naciones (Estados Unidos, China, Reino Unido, Francia y Rusia) dotadas del inexpugnable poder de veto.

Ayer, en la sede neoyorquina de la ONU, 32 jefes de Estado y de Gobierno expusieron sus respectivos criterios sobre esta y otras cuestiones en discursos de entre 15 y 45 minutos de duración. Dichas alocuciones "blanquearon" el clima previo al comienzo del debate en el plenario: mientras que la mayoría de los países apoya la intención de Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina (AP), de solicitar al Consejo de Seguridad el estatus de miembro pleno de la ONU, Estados Unidos permanece inmutable en su plan de bloquear -vetar- cualquier iniciativa en esa dirección.

Silencio

La ONU denomina debate a un acto donde cada mandatario hace su diagnóstico sin entrar en ninguna clase de discusión o intercambio con la audiencia. Esa declaración formal pone de relieve la calidad del orador, y del trabajo diplomático desarrollado en los días y meses que preceden a la Asamblea General. El público -compuesto por las delegaciones de 193 países y de las entidades admitidas como observadoras- no perdona los discursos aburridos: ayer, el catarí Nassir Abdulaziz Al-Nasser, presidente del órgano, se vio obligado a usar varias veces el martillo de ceremonia para pedir silencio.

Ocurre que, aunque la sesión funciona como instancia indicada para la verbalización de inquietudes, propuestas y peticiones vinculadas con la economía global, el narcotráfico, la lucha contra el terrorismo, la seguridad y la paz, las mejores oportunidades para producir entendimientos y fortalecer las relaciones bilaterales aguardan a la salida del recinto. Son esos contactos y acercamientos de alto nivel los que, en definitiva, deciden las votaciones y el destino de las propuestas de resolución planteadas en la Asamblea.

La cuestión Palestina, sin embargo, generó una expectativa especial alrededor de los discursos presidenciales. Aquello podía apreciarse particularmente en las expresiones de satisfacción y disgusto de las delegaciones encabezadas por Abbas y Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí. Los rostros de ambas partes estaban a la altura de las circunstancias: en esta sexagésimo sexta sesión de la Asamblea de la ONU, unos como otros se juegan el porvenir de un diferendo histórico.

Violencia

Un futuro que, aunque parezca inminente, no está a la vuelta de la esquina. Y que algunos oradores asocian, cualquiera sea la decisión adoptada respecto del reconocimiento del Estado Palestino, con tanta violencia como la que existe actualmente. O más.

Ese fue más o menos el mensaje del presidente francés Nicolás Sarkozy, que vinculó el eventual veto al reconocimiento del Estado Palestino con un potencial incremento de la inseguridad en Oriente Medio. Y el del mandatario estadounidense y Nobel de la Paz, Barack Obama que, por su parte, previno sobre el peligro de involucrar a la ONU -o de que la ONU se involucre- en una disputa territorial que corresponde resolver a Palestina e Israel.

En las antípodas de estas potencias, Dilma Rousseff, la primera presidenta de Brasil y la primera mujer en inaugurar un debate en la Asamblea, expresó el sentir de los países solidarizados con el reclamo de Abbas. "Lamento que hoy (por ayer) todavía no podamos dar la bienvenida a Palestina como miembro pleno de la ONU? Como la mayoría de los integrantes de esta Asamblea, Brasil cree que ha llegado el momento de que Palestina tenga representación completa en este foro, y que el reconocimiento de la soberanía y la autodeterminación aumenta las posibilidades de una paz duradera en Medio Oriente? En mi país, la descendencia de árabes y judíos convive armoniosamente, y así debe ser en todas partes".

Tras seis décadas de confrontación armada y precariedad, la mayoría se inclina por reconocer los derechos de Palestina sobre Cisjordania, la Franja de Gaza y el este de Jerusalén (los bordes establecidos en 1967).

El termómetro marca un grado de acuerdo inédito respecto de un conflicto íntimamente relacionado con el surgimiento de la ONU y la reparación dispuesta en favor de las víctimas del genocidio perfeccionado durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, en el diseño institucional vigente, sólo el consenso que incluye a los cinco países con derecho a veto tiene chances de parir una solución capaz de contrarrestar los males que aquejan a la comunidad internacional.