Nacida como consecuencia del legado del sabio y filántropo tucumano Miguel Lillo, la Fundación que lleva su nombre está administrada por 10 personalidades de la actividad científica y cultural tucumana, quienes actúan con carácter vitalicio y ad honorem.
La institución realiza múltiples actividades. De ella dependen no sólo el moderno Museo de Ciencia Naturales, sino también el centro Cultural Rougés y el centro de Estudios Juan Dalma. Además posee una biblioteca repleta de tesoros bibliográficos, un herbario vasto y un jardín con especies de lo más variadas. Sin embargo, el pilar o eje de la institución es la investigación científica. "Sin proyectos de investigación no podría haber institución. Los fondos que recibimos de la Nación se fundamentan en los proyectos que llevamos adelante", explicó la directora general del área, Ana María Frías. De hecho, la investigación científica centraliza no sólo los objetivos, sino también la conformación de la fundación como eje educativo. También figuran en sus postulados de acción la concientización para la preservación de la fauna, flora y biodiversidad del Noroeste y de países limítrofes.
Así, cerca de 230 investigadores y técnicos altamente capacitados desarrollan estudios -puros y aplicados- en áreas de zoología, botánica, biología y control biológico de organismos nocivos, en 16 institutos propios de la fundación. También hay convenios con el Conicet y 106 investigadores y becarios de la UNT trabajan en la institución.
Frías comentó también que los resultados de las investigaciones son difundidos a la comunidad por medio de publicaciones en revistas científicas propias que tienen una aparición periódica y que se distribuyen en todo el país y también en el exterior. "Como se ve, hay todo un universo de trabajo detrás del museo o la biblioteca que no se conoce y que tampoco se difunde", señaló.