Por lo visto hasta ahora, los impactos sociales del proyecto de la llamada Ley reguladora de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida en España, llamada también Ley de Muerte Digna, auguran tener el triste final de los polémicos proyectos o intervenciones legales, que con el acicate de ciertas instituciones y medios de comunicación se convierten en un absurdo plebiscito por sí o por no.

Más aún, en esa clase de plebiscitos no se maneja, por lo general, argumentos sino emociones. Es decir, se toma posición antes de indagar el fenómeno, sus sentidos, la regulación propuesta y nuestro propio rol como sujetos críticos y autónomos. Esta necia postura sería superable con la conciencia de que, ante estas situaciones límites, tenemos la oportunidad extraordinaria de preguntarnos por nuestra propia humanidad, nuestra identidad y nuestra condición de seres políticos.

Por eso, no es éste un análisis de base legal sino, en todo caso, filosófico, entendiendo por ello la posibilidad de abrir sentidos y ejercer una reflexión crítica. Entiendo que el valor central de una legislación es plantear la cuestión de la muerte dentro del marco del derecho a la salud, o sea al pleno ejercicio e integridad de sí dentro de una estructura sociopolítica.

Trilema evitado
Se evitaría así caer en un trilema: la salud -y dentro de ella, el modo de morir- como mandato heterónomo (sometimiento del individuo al Estado, a la religión o al mercado); la salud como cosa meramente privada (en desconocimiento de los condicionantes de la misma), y la salud como simple mercancía de consumo libre (supeditada a los recursos económicos e intelectuales de los individuos).

Entender que la muerte es parte de un proyecto de realización personal enmarcado en una sociedad republicana significa que, en un contexto de "extraños morales", se garanticen ciertos derechos ligados a convicciones y potencialidades personales en la situación terminal, como la protección de las propias decisiones respecto de dicha situación, la prevención de dolores que harían imposible una muerte pacífica, el acompañamiento, la intimidad.

Morir con dignidad es un alegato a favor de la responsabilidad por sí, por la sociedad y por el tiempo sin nosotros.