Por Mario Kostzer
Para LA GACETA - Tucumán
Pareciera que es parte de un ritual en el que participan todos por igual. Padres, educadores, la sociedad toda, deben arengar a favor de la lectura. Queda bien, tranquiliza y exime de culpas, aunque dudo que este proceder por si solo consiga el objetivo perseguido: que los chicos lean.
¿Qué los chicos lean aunque los adultos no lo hagan? ¿Qué los chicos lean lo mismo que los adultos? ¿Qué queremos decir los adultos cuando expresamos a viva voz nuestro deseo de reproducir lectores? ¿Qué hacemos los adultos para que los chicos amen los libros?
Mis años de librero me han hecho ver algunas conductas de los adultos que no condicen con este afán por difundir el hábito. En los últimos años las escuelas han empezado a dar mucha importancia a la literatura complementaria. Gustavo Roldán, Antonio Santana, María Inés Falconi, Elisa Roldán, Ricardo Mariño, Elsa Bornemann y Luis Maria Pescetti, entre otros autores contemporáneos de literatura infanto- juvenil han comenzado a entrar al aula e incluso al mismo hogar. Por supuesto que toda esta tarea se encara bajo la dirección de los docentes que recomiendan y estimulan. No siempre los padres han sabido acompañar o entender la importancia de esto.
- ¡Mirá en lo que me haces gastar!
- ¡Está loca la maestra! ¿Para qué te pide esto?
- ¿A esta altura del año te piden un libro? (afirmación que se hace en cualquier momento del año).
Estas son pequeñas muestras de alguno de los alegatos a favor de la ignorancia que se repiten en los mostradores de las librerías saliendo de la boca de muchos de los responsables directos de la educación, es decir los padres. La peor de todas es una que degrada totalmente el libro y que se escucha mucho también:
- Para lo que lo van a usar... ¡No sé para qué compramos esto! ¡Si ni lo leen!
Ese libro recién comprado acompañado de la violencia de esa temeraria afirmación no sirve para nada. El chico le verá utilidad tal vez como el elemento necesario para equilibrar una silla con una pata más corta que las demás o un pisapapeles vistoso, pero no hará esfuerzos por entender lo que le ofrece aquello que su progenitor le indicó como innecesario.
Hasta aquí pareciera que todo está perdido aunque realmente no estoy convencido que sea así. El ejemplo estimula el afecto por los libros. Un padre que se toma el trabajo de leer con su hijo un libro consigue, el resultado que da frutos interesantes.
- "Lloré con mi hija cuando leímos Los ojos del perro siberiano", me confesó una madre que experimentó las ventajas de emprender esta tarea.
Hacer atractiva la lectura en el aula es también un desafío que algunos docentes encaran. Hay técnicas de narración que hacen que los cuentos se dibujen en riquísimas imágenes en las cabecitas de cada uno de los alumnos a quienes se estimula con el relato. Basta con buscar caminos alternativos, experiencias creativas y los frutos estarán a la vista. ¿Por qué no hacerlo?
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Mario Kostzer - Librero, escritor y editor. Tiene libros
infantiles publicados en la Argentina y en Brasil.