-Dos de tus libros analizan distintos fenómenos religiosos. ¿Qué es lo que más te impactó del culto a la Virgen de Salta y cómo encaraste las crónicas?
-Lo que más me impactó, y no sólo de Salta, sino de todos los lugares que visité para escribir mis crónicas marianas, fue la gente. Mucha gente, en todas partes, rezando, peregrinando, compartiendo, relacionándose a partir de la fe. Después de una educación formal secularizada que insistía en el final de las religiones, encontrarme reuniones de cientos de miles de peregrinos en cada lugar al que iba fue la refutación más clara de los prejuicios, intelectuales y aislados, de la Ciudad de Buenos Aires. La fe en la Argentina es federal. Desde esa perspectiva, teniendo en cuenta estas cuestiones, intenté escribir mis crónicas.

-En tu novela Mi nombre es Rufus describís cómo se mezclan la violencia y la sensibilidad en la música punk. ¿Cómo explicás esa convivencia aparentemente contradictoria?
-Es raro. Violencia y ternura, ¿no? Parecen ideas que chocan, que se anulan, pero en realidad, en la música se superponen, aparecen en tensión, se abrazan y se atraen como opuestos. No sólo en el punk y en el rock, también en la música romántica, en Schubert o en el barroco. En sus diarios Kurt Cobain lo sintetizó como una duda: "El problema de Nirvana es que no sabe si quiere ser punk o REM". Es una disyuntiva que describe bien la neurosis de los procesos creativos contemporáneos. Al menos los que a mí me interesan.

-¿Cuánto influye internet en la literatura?

La influye al punto de que habría que empezar a pensar una escritura A. de I., o sea Antes de Internet, y otra D. de I., después de Internet. Yo claramente escribo en y desde la segunda posición.

-Sos novelista, cuentista, crítico y cronista. ¿Cuánto se mezclan los géneros en tu escritura y en cuál te sentís más cómodo?

-No hay nada como empezar una novela, planearla, trabarse en la mitad, corregirla, terminarla, encarar la situación traumática de ver el objeto terminado. Hay un calor en la novela que no te abandona, tanto en la lectura como en su escritura. Escribir cuentos es otra cosa, es como salir a cazar, como manejar una avioneta en un trayecto corto. El relato lo hacés carretear, lo levantás lo más alto que podés, disfrutás el paisaje, y enseguida bajás, y lo aterrizás lo mejor que te salga. Así que el cuento es como sexo casual, con mucha intensidad y vértigo; en cambio la novela es como irse de vacaciones con una chica que tenés que descubrir de a poco. La crítica también me gusta, me da el placer social de compartir lecturas, el de experimentar con lo que escriben los demás. La crítica es como tocar el bajo, estás atrás, sosteniendo la base, y por ahí no llamás tanto la atención, pero es lo que aguanta todo, lo que termina de cerrar las estridencias de los demás y le da un marco de percepción. El género crónica me parece que tiene que ser híbrido y crítico. Cuanto más se parezca al ensayo, para mí, mejor. De hecho, prefiero leer ensayos a crónicas, sobre todo ahora que abundan las crónicas sobre enanos narcotraficantes travestis de los trópicos.

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