La nostalgia es un espejo que duplica lo vivido y rescata nuestro tiempo de las garras del olvido... diría algún poeta. Pero un filósofo sería más utilitario, al incluir al pretérito como un referente enciclopédico, de consulta permanente.
Más místico, un gurú compararía el pasado con la muerte... Porque es inmodificable e irreversible. Aunque el "todo tiempo pasado fue mejor" sea una preferencia constante para una nutrida franja etaria de connacionales, a los que el presente los lastima y el futuro los aterra. El "todo cambia con el tiempo" también suma una considerable cantidad de seguidores.
Esa dicotomía que nos caracteriza y enfrenta en casi todos los ámbitos también nos confronta en esta elección de valorar el pasado o desmitificar lo vivido. Más bien manriquianos -por idiosincracia- o hedonistas -por malos hábitos-, para no generar disyuntiva alguna es salomónico inclinarse por aquello de que "nada se pierde sólo se transforma o el todo lo que se pierde por un lado se gana o compensa por otro".
Lo cierto es que quien recurre al ayer para seguir respirando, de alguna manera puede quedar asfixiado, atrapado, estancado en el tiempo, y hasta dejar de vivir.
Pero, también, quien ignora el pasado, en cierta forma niega sus raíces, desconoce sus orígenes y atenta contra la memoria.
Ni una, ni otra trampa. Sólo caben sentido común, lógica, razonamiento, disfrute y valoración para esta diaria elección.
La verdad es inapelable para quien la divulga, de la misma forma que el amor es eterno mientras dure y se lo alimente o seamos uno en la nada o nada en el todo. Aunque a veces la nostalgia nos consuma el pensamiento y la realidad nos torne vulnerables, es el propio tiempo el que nos moviliza, nos asfixia o nos libera.
Pero cuando las noches y el vacío son eternos, los recuerdos nos ayudan a escaparnos de la tristeza y a disimular las ausencias con un quimérico retorno a ese paraíso perdido. Sin melancolías, pero con esa justa medida de fantasía.