No pasó demasiado. Un año y unos días. Ese es el tiempo que separa a las dos últimas grandes frustraciones futbolísticas de Argentina. Ya no está Diego Maradona. Ahora el conductor es Sergio Batista. Pero la historia del Mundial tuvo el mismo final de la Copa América: Argentina cayó en cuartos de final. Si bien la derrota en Sudáfrica fue tremendamente dolorosa por la goleada contra Alemania, no menos dura fue la caída de ayer. Esta competencia se armó a la medida de la Selección. Tenía todo a su favor para recuperar prestigio internacional. Una grupo sencillo para ser primero, pero terminó segundo. La condición de local y un plantel liderado por el mejor jugador del mundo, Lionel Messi. Sin embargo, la frustración se apoderó otra vez de los argentinos que siguen sin poder disfrutar títulos en un deporte colectivo que sólo se destaca por actuaciones individuales.

Esta vez no se puede ni se debe cargar toda la responsabilidad a Messi. Una vez más intentó ser el conductor del equipo. Pero como ya sucedió en otras ocasiones, falló el entorno. Batista no pudo armar una estructura en la que se sintiera cómodo. Sus contradicciones fueron permanentes. Primero dijo que era su nueve ideal. Después, reconoció que el equipo necesitaba un delantero como referencia en el área. Entonces pretendió que sea el hombre que llegue desde atrás y habilite a sus compañeros. Por momentos le pidió que se recueste por derecha, después se corrió a la izquierda.

Pero no sólo desde el punto de vista ofensivo tuvo problemas Argentina. Arrancó el torneo jugando con tres "cinco" y no tardó en cambiar. Nunca encontró equilibrio y la defensa otorgó demasiadas ventajas, al punto de convertir a Romero en una de las figuras. Tampoco supo aprovechar el hombres de más que tuvo durante la mayor parte del cotejo. Uruguay no tiene una figura como Messi. Pero fue más sólido como equipo. Por eso es semifinalista y Argentina terminó, una vez más, con las manos vacías.