Ahora es ingeniero en Computación y se dedica al desarrollo, a la investigación y a la innovación. Pero en otras épocas, junto a su team de hackers se dedicaba a desafiar límites teconlógicos y, a veces, legales. No se olvida de la inconsciencia de los años en los que hasta llegó a cortarse el pelo porque, con razón o no, sentía que la Policía le pisaba los talones.

"Anécdotas, anécdotas... tengo montones, pero no todas se pueden contar", dice Martín (nombre ficticio), aunque parece morderse la lengua para controlar las ganas de largar todo. "Una vez me estaba preparando para rendir un examen. Entre una cosa y otra me olvidé por completo de inscribirme, tenía que hacerlo determinado tiempo antes de la fecha del final. Me quería matar. Entonces se me ocurrió hackear el sistema de la Facultad y anotarme, aunque si lo lograba y ya habían imprimido las planillas, estaba en el horno, pero me puse a intentar", recuerda.

Martín se sentó en la silla y se embarcó en la misión. La causa era justa, por supuesto, y lo consiguió, aunque le llevó todo el día. "Estaba feliz porque había logrado inscribirme, entonces volví a los libros. Pero después me di cuenta de que no llegaba, porque había perdido tanto tiempo en inscribirme que me atrasé un montón. Entonces tuve que entrar otra vez, pero ya para borrarme de la mesa", cuenta.

Los sustos no trajeron el escarmiento, más bien fueron la edad y los riesgos de seguir por ese camino, divertido pero riesgoso: "cumplí 21 y me hice a un lado. Pensé que por esas tonteras podía terminar siendo la novia de alguien en Villa Urquiza, y yo no quiero ser la novia de nadie".