El Túnel (1948)
Apenas aclaró, bajé las escaleras con mi valija y mi caja de pinturas. Encontré a uno de los mucamos que había comenzado a abrir las puertas y ventanas para hacer la limpieza: le encargué que saludara de mi parte al señor y que le dijera que me había visto obligado a salir urgentemente para Buenos Aires. El mucamo me miró con ojos de asombro, sobre todo cuando le dije, respondiendo a su advertencia, que me iría a pie hasta la estación.
Tuve que esperar varías horas en la pequeña estación. Por momentos pensé que aparecería María; esperaba esa posibilidad con la amarga satisfacción que se siente cuando, de chico, uno se ha encerrado en alguna parte porque cree que han cometido una injusticia y espera la llegada de una persona mayor que venga a buscarlo y a reconocer la equivocación.
Pero Marta no vino. Cuando llegó el tren y miré hacia el camino por última vez, con la esperanza de que apareciera a último momento, y no la vi llegar, sentí una infinita tristeza.
Miraba por la ventanilla, mientras el tren corría hacia Buenos Aires. Pasamos cerca de un rancho; una mujer, debajo del alero, miró el tren. Se me ocurrió un pensamiento estúpido: "A esta mujer la veo por primera y última vez. No la volveré a ver en mi vida." Mi pensamiento flotaba como un corcho en un río desconocido. Siguió por un momento flotando cerca de esa mujer bajo el alero. ¿Qué me importaba esa mujer? Pero no podía dejar de pensar que había existido un instante para mí y que nunca más volvería a existir; desde mi punto de vista era como si ya se hubiera muerto: un pequeño retraso del tren, un llamado desde el interior del rancho, y esa mujer no habría existido nunca en mi vida.
Todo me parecía fugaz, transitorio, inútil, impreciso. Mi cabeza no funcionaba bien y María se me aparecía una y otra vez como algo incierto
y melancólico. Sólo horas más tarde mis pensamientos empezarían a alcanzar la precisión y la violencia de otras veces.
Sobre héroes y tumbas (1961)
Amenazó a los chicos y después masculló con resentimiento:
- ¡Diputado! Todo lo político son iguale, creéme, pibe. Todo están cortado por la misma tijera: radicale, orejudo, socialista. Tenía razón el Tino cuando decía la humanidá tiene que ser ácrata. Te soy sincero: yo no votaría nunca si no sería que tengo que votar por lo conservadore.
Martín lo miró con sorpresa.
- ¿Te llama la atención? Y sin embargo e la pura verdá. Qué le vamo a hacer.
- ¿Pero por qué?
- Eh, pibe, siempre hay un porqué a toda la cosa, como decía el finado Zanetta. Siempre hay un misterio.
Sorbió el mate.
Durante un rato se mantuvo callado, casi melancólico.
- Mi viejo lo llevaba a don Olegario Souto, que era caudillo conserva de Barracas al Norte. Y una de la hija de don Olegario se llamaba María Elena. Era rubia y parecía un sueño.
Sonrió en silencio, con turbación.
- Pero imaginate, pibe... era gente rica... y yo, ademá, con este escracho...
- ¿Y cuándo fue todo eso? -preguntó Martín, admirado.
- Y, te estoy hablando del año quince, un año antes de la subida del Peludo.
- Y ella, ¿qué pasó después?
- ¿Ella? Y... qué va a pasar... se casó... un día se casó... Me acuerdo como si sería hoy. El 23 de mayo de 1924.
Se quedó cavilando.
- ¿Y por eso vota siempre por los conservadores?
- Así e, pibe. Ya se ve que todo tiene su esplicación. Hace má de treinta año que voto por eso malandrine. Qué se va a hacer.
Uno y el universo (1945)
El señor René Kraus ha elaborado una Vida pública y privada de Sócrates y 49 alguien se irrita sobre la base de que nada o casi nada se sabe sobre los hechos domésticos de Sócrates.
Esto me parece, por el contrario, una gran ventaja. El arte crea los personajes históricos, y en cuanto a la vida de este filósofo, tiene la ventaja de que todavía permanece casi increada: está todo por hacer. Sus biógrafos pueden inventarlo sin prisa y realizar un trabajo limpio.
Desde el punto de vista documental, el libro será precioso dentro de diez mil años. En ese entonces, Kraus será contemporáneo de Platón, Aristófanes, Jenofonte y del propio Sócrates; sus páginas constituirán un notable documento para otras construcciones de la vida del filósofo. La obra del señor Kraus contribuirá, sin duda, a formar la futura personalidad de Sócrates.
Fuera de esta posibilidad no sé qué otra puede buscarse en la historia. Apenas han transcurrido dos siglos y ya nos es imposible saber si la manzana realmente cayó sobre la cabeza de Newton. Pero ¿qué quiere decir la palabra realmente? Hay una cabeza física y una cabeza histórica de
Newton. Ignoramos si sobre la cabeza física de este sabio cayó una manzana física; pero indudablemente sobre su cabeza histórica cayó una manzana histórica. LA GACETA ©