BUENOS AIRES.- El fútbol y el teatro, en algún punto, se parecen. En los dos hay protagonistas y actores de reparto, condenados a decir siempre el mismo parlamento. Los dos necesitan de un espacio físico para desarrollarse. Y, en el arte de patear o en el de Shakespeare, la presencia del público es fundamental para que se complete el hecho, ya sea teatral o futbolístico. Una obra sin público apenas es un ensayo. Un partido sin gente, aunque sea por los puntos, se transforma en un sinsentido, como un Picasso sin colores.
A raíz de una decisión del Comité Provincial de Seguridad Deportiva (COPROSEDE), el partido entre Almirante Brown y Atlético se jugó sin público y en la cancha de Almagro, a 18 kilómetros de Isidro Casanova, donde "la fragata" tiene su estadio. El castigo llegó luego de los incidentes del 3 de marzo en el partido contra Ferro, en el que se enfrentaron dos de las cuatro facciones de la barra, que terminaron con un herido de bala.
Lo cierto es que ayer la cancha de Almagro, con capacidad para 19.000 personas, estaba desolada. Había sólo unos 30 periodistas y el partido parecía un entrenamiento. El pitazo de Mauro Vigliano se escuchaba con tanta claridad que podía aturdir. Bastaba parar la oreja para sentir a Ischuk ordenando a la defensa o a Barone diciendo "dejala, dejala", cuando recibía una pelota de frente. Quizás el único consuelo fue sentir de cerca ese sonido hermoso de un pelotazo bien puesto, que siempre repica como un golpe seco, mezcla de cuero de botín, pelota y césped. El resto fue triste, como un teatro sin gente. O como un viejo actor, que vuelve a su casa después de su última función. (Especial)