Durante todo el juicio, utilizaron munición gruesa para atacar a su contrincante. Parecían verdaderos enemigos enfrentados en un campo de batalla. De un lado de la trinchera se ubicaban la fiscala de Cámara, Juana Prieto de Sólimo; el querellante, Dante Ibáñez; y los representantes de la acción civil, Benjamín Frías Alurralde y Dolores Leone Cervera. Del otro, los abogados defensores Mario Mirra, Gustavo Morales, Cergio Morfil, Álvaro Zelarayán, Nélida González de Escobedo y Rodolfo Baza. Los principales protagonistas de esta batalla fueron Morales, Ibáñez y Prieto de Sólimo. Varias veces amenazaron con denunciar al otro por sus dichos, se acusaron mutuamente de hacer gestos o reírse cuando el otro hablaba.

Ahora que el juicio por el crimen del juez Héctor Agustín Aráoz entró en su recta final, los letrados desviaron su objetivo. Saben que ya no sirve atacar a su oponente. Ahora hay que preparar los fundamentos para el alegato. Y el cese del fuego se notó.

Cada tanto, se cuela algún cruce con tono de chicana. Pero al poco tiempo se lo ameniza con un chiste. Y antes que lleguen los jueces, o en los cuartos intermedios, las chanzas y los comentarios irónicos son moneda corriente. El clima cambió. No es que ahora sean amigos; simplemente utilizan otras armas. La misión es convencer a los jueces, y en eso están concentrados.