TOKIO, Japón.- "A mi edad...". La expresión es resignada y les basta como argumento. En el pueblo japonés de Hironomachi, ubicado a 25 kilómetros de la central Fukushima y parte de la zona de exclusión dictada por el Gobierno, sólo persisten los ancianos. "No me da miedo la radiación. Tengo 78 años y, antes de que me llegue el cáncer, moriré de viejo", explicó uno de ellos a Rafael Méndez, enviado especial del diario español "El País".
La ciudad tiene una apariencia desoladora: sus calles están desiertas, sus comercios cerrados. Los pocos que deambulan llevan puesta una mascarilla, que se sacan prestos para contar porqué se quedaron. "Este es mi lugar. La nuclear es mi preocupación número uno, pero por mis tres nietos. A mi edad...", insiste la señora Shiga que, junto con su esposo -tienen 72 y 79 años-, duerme en un instituto que fue convertido en albergue.
De los 5.500 habitantes que tenía Hironomachi, la mayoría se ha ido. Algunos, incluso, dejando a sus padres y abuelos allí, resistentes a marcharse del entorno que los ha visto crecer. Masako Shirado, directora de una escuela, comentó que los 120 alumnos se redujeron a 60. Estos no salen al patio en todo el día y deben traer el agua de su casa.
La docente, al igual que varios de sus vecinos, cargó contra el Gobierno: "nos dice ?no pasa nada si comen esta verdura, pero mejor que no la coman. No pasa nada si los chicos salen a la calle, pero mejor que no salgan?. Se quitan responsabilidad: si algo sale mal, luego dirán que ellos lo advirtieron, pero mientras tanto no toman decisiones". (Especial)