KESENNUMA.- Diez endebles ataúdes de madera reposaban sobre dos rieles en un cementerio acondicionado a toda prisa, hecho principalmente de barro. Desesperados municipios, como Kesennuma, construyeron fosas comunes, algo impensable en un país donde los muertos son casi siempre cremados y sus cenizas depositadas en tumbas familiares de piedra cercanas a templos budistas. Las regulaciones locales a menudo prohiben enterrar los cuerpos. La cifra de fallecidos en esa localidad era hasta ayer de 551, demasiados para los crematorios locales, que ahora sufren la escasez de querosene. En la ciudad hay desaparecidas otras 1.448 personas de una población de cerca de 74.000. Por otro lado, el tsunami arrasó un total de 470 kilómetros cuadrados a lo largo de la costa, informaron medios de prensa. (Reuters-DPA)