En Tucumán te matan por $ 10. Y si no habría que recordar lo que pasó con la escribana María Isabel Osores, a quien asesinaron en octubre cuando, con una bolsa en la mano, iba a tomar el colectivo para visitar a su madre en Salta. O lo que le sucedió a la maestra jubilada Mercedes Ramírez de Cahisa, víctima de arrebatadores en diciembre de 2009. Pero en Tucumán también te matan por mucho dinero. Y casos hay varios. El de Pablo Aiziczon es el último. Pero está el de Jorge Matteucci, tirado en La Aguadita en diciembre. O el del contador Carlos Albarracín, del que ya pasaron ocho años, o el del matarife Javier Chávez, al que ejecutaron de un tiro en marzo del 1996, o el empresario Antonio Macaione, acribillado a tiros el 22 de noviembre de 1992. Son tan sólo algunos ejemplos. Lo alarmante de recordar estos casos es que... todos están impunes.
Ayer a los funcionarios de la Policía que estuvieron junto al auto en el que hallaron a Aiziczon se les fue transmutando el rostro. Cuantos más detalles sabían, más preocupados estaban. Y rápido se dieron cuenta de que no debían lidiar con un simple homicida. Y la palabra profesional apareció de pronto. Y su sinónimo mafioso: sicario. Un asesino al que se le paga para que haga su trabajo. El jefe de la Policía, Hugo Sánchez, y el subjefe, Nicolás Barrera, afirmaron que no era un hecho de inseguridad. Es decir, por ejemplo, a Aiziczon no lo secuestraron para robarle. Según las hipótesis que se manejan, esto es real. Pero es peor decir que lo secuestraron para matarlo.
Para muchos, la figura del sicario en Tucumán está muy lejos. Es algo que se ve en las películas, y que en la historia mafiosa de la Argentina tuvo representantes letales en Buenos Aires y en Rosario. Pero en Tucumán hay grupos de hombres capaces de venderse al mejor postor y, por lo general, se ocupan de "apretar", sobre todo por deudas, mandados por prestamistas. Claro que estos mismos hombres, por unos pesos más, pueden llegar a hacer lo que hicieron con Aiziczon, o con Matteucci, o con alguno de los otros casos. Y eso también es una cuestión de seguridad. Saber que la muerte está expectante, de la mano del que tenga una billetera dispuesta a comprarla.