TOKIO, Japón.- Allá donde antes chocaba con robustos edificios y paisajes idílicos, la mirada puede extenderse ahora hasta zonas ilimitadas. De aquellas construcciones sólo queda el polvo y el nuevo horizonte está compuesto por la chatarra que ha dejado el terremoto, los barcos y las casas que ha arrastrado el mar y el silencio de muerte que ha logrado la combinación de esos dos fenómenos. La zona vapuleada por la catástrofe en Japón es, según el diario español "El Mundo", la nada absoluta. 
Una de las muestras más contundente parece ser la ciudad de Minamisanriku, una de las tantas que desaparecieron del mapa. La mitad de sus 17.500 habitantes están desaparecidos y sólo tres edificios siguen en pie: un hospital en el que varios pacientes murieron por falta de asistencia (el personal huyó para salvar su vida), un salón de fiestas y una casa que ha quedado varada en el centro de una zona devastada.
Allí, como en varios de los lugares que han sufrido la furia de la naturaleza, no hay agua ni electricidad y apenas sí se encuentran señales de vida o techos bajo los que refugiarse. La falta de combustible impide huir a los pocos que han sobrevivivido. Un mar de barro y escombros lo cubre todo y, abajo de él, se vislumbran los cuerpos de los pobladores que no llegaron a escapar.
Sin embargo, agrega "El Mundo", ni siquiera la destrucción que ha provocado el peor terremoto de la historia de Japón ha logrado doblegar la moral de sus habitantes. No hay desgarradoras escenas de dolor entre quienes perdieron a un ser querido ni tampoco disturbios en las filas de distribución de agua o de víveres. El pueblo, en cambio, ha sido llamado a recuperar el espíritu para reconstruir el país. (Especial)