El presidente Sarmiento conoció Tucumán ya anciano, cuando comenzaba el invierno de 1886. Su relación con la provincia, sin embargo, era muy antigua. Su amigo dilecto, aquel que sólo con sus cartas personales podía escribir "la historia de su vida", era José "Pepe" Posse, su confidente desde los tiempos del primer exilio en Chile, allá por el año 40. A su instancia, hacia 1855 Sarmiento fue designado, incluso, legislador por Tucumán a la Confederación, cargo que declinó. Entre tanto, en tierras trasandinas había polemizado sobre la organización constitucional con Juan Bautista Alberdi, el otro gran arquitecto de la Argentina moderna: el tucumano de Las Bases y el sanjuanino se habían reconciliado poco antes del viaje que comentamos. En 1874 Sarmiento depositó la presidencia en manos de otro tucumano, Nicolás Avellaneda, y por fin, en los años ochenta, libraba una dura batalla contra el presidente Julio A. Roca, también tucumano, a quien acusaba de nepotismo y de utilizar al Estado en beneficio de su "corte".
Como buen estadista, a Sarmiento lo distinguía la cualidad de "ver lejos", o sea, el pensamiento abstracto, hipotético, estratégico: en reiteradas cartas había mencionado la idea de aprovechar las maderas de Tucumán para construir muebles exportables, recogiendo tradiciones artesanales de la época virreinal. Y cuando tomó en sus manos la ornamentación del Parque Tres de Febrero, en 1874, le escribió a Posse: "Me dicen que en Salta o Jujuy hay un cactus enorme, de una vara de diámetro y cinco de alto, que hecha brazos hacia arriba como un candelero", y le solicitó que le enviara al menos un buen ejemplar porque Palermo debía resumir toda la flora argentina.

Un jardín para la República
Enfermo del corazón, a sus 75 trajinados años los médicos le recomendaron que buscara un clima seco. Rumbeó entonces hacia las termas de Rosario de la Frontera, en Salta. Opuesto a la Liga de Gobernadores roquistas, su recepción en Córdoba y Tucumán fue mesurada, aunque su personalidad avasallante no podía jamás pasar inadvertida. Atento a cada detalle, como había hecho en sus Viajes, asentó detalladas crónicas, que publicó El Censor de Buenos Aires. Tucumán lo conmueve: "Llégase a la ciudad ilustre, cuna de nuestra Independencia, como fascinado el viajero por el espectáculo de aquella vasta campiña que limitan al oeste una serie de montañas escalonadas hasta las cumbres del Tafí y en cuyas primeras líneas y sus intermedios crecen aquellos bosques que la literatura ha hecho legendarios por su belleza". Y apunta: "Vese levantar el sol entre naranjales tachonados de botones de oro bruñido, casillas que no se recomiendan por su arquitectura, y manchas de paja tupida que anuncia que se entra en el afortunado país de la caña de azúcar, en la venturosa época de la zafra. [...] Muéstrenme ahora las dobles chimeneas del ingenio de San Pablo, las de San Felipe, de Lules y las leguas que en cuadrilongos ocupan los cañales, con las gigantescas y gloriosas columnas miliares que se levantan a largas distancias pero en todas direcciones, indicando cien ingenios de azúcar, con su penacho de humo que revela el movimiento de las máquinas dando vida y animación a todo el valle de Tucumán". Como "corresponsal viajero", retrata las caras de una sociedad que emerge: "los tramways en todas direcciones responden al movimiento industrial que las fábricas imprimen". Finalmente, llama la atención sobre las condiciones laborales de los trabajadores azucareros, muchos de ellos "indios tobas traídos del Gran Chaco": "El resultado es que los cuarenta ingenios de azúcar están precedidos por tolderías improvisadas, para que duerman gentes allegadizas, atraídas por el trabajo, sin formar sociedad ni villa, ni requerir ni crear propiedad. No hay espectáculo más afligente que éste para quien se preocupa del lugar que en adelante van a ocupar esos seres que pululan, que se multiplican como un hormiguero humano, al pie del cañón de chimenea".
Retomó el camino hacia su destino salteño, donde celebró el 9 de Julio. La provincia de Tucumán -su vegetación feraz, su ambiente progresista- quedó fijada en sus retinas, siempre curiosas, inquisidoras. Será por eso que decidió rebautizarla como "el Jardín de la República". Por lo menos, así lo cuenta él. © LA GACETA