Parecía muerto y enterrado. Pero en realidad estaba dormido. O, mejor dicho, en hibernación. Apenas pasó el frío, se sacudió el polvo del olvido y regresó con todas sus fuerzas, como un virus que lo contagia todo. "Gran Hermano" sigue tan vigente como hace 11 años, cuando debutó en la Argentina. Y su regreso ratifica esa marcada tendencia prostibularia que tiene actualmente la televisión. A punto de cumplir 60 años de vida, la pantalla chica está hoy en las antípodas de sus comienzos, cuando sus fundadores anhelaban que se convierta en un gran propalador de las buenas costumbres, de las artes y del conocimiento.
Hoy, sin embargo, la televisión muestra una pasmosa decadencia que se extiende por toda la grilla. Sobre todo en estos meses de verano en los que abunda la diversión superficial y los excesos. Lenguaje vulgar, conversaciones fatuas, historias retorcidas que sólo terminan en muerte, ciclos que reproducen comportamientos bestiales con el dudoso título de "documentales sobre la vida real" son sólo algunas de las ofertas de una televisión que parece haber perdido el rumbo. No solo le falta calidad, sino también diversidad.
Los programas culturales, por ejemplo, se han refugiado en el cable, la ficción se ha resentido y todo parece girar en torno del ciclo de Marcelo Tinelli, que a estas alturas se erige como el rey del rating con una propuesta que sólo apunta a generar escándalos. Y para los que no tienen cable el padecimiento es dantesco. Sólo los programas del canal Encuentro (que se emiten a primera hora de la mañana o a la madrugada por Canal 10) escapan del naufragio. Pero, por una cuestión horaria, muy pocas personas los ven. Así, durante el año pasado, "Bailando por un sueño" se volvió tan hegemónico que casi todos los programas lo comentaban sin pausa y basaban sus contenidos en los escándalos generados en la pista. Hoy el lugar de Tinelli es ocupado por "Gran Hermano". Ni siquiera el debut de esperadas producciones de ficción como "El elegido" y "Herederos de una venganza" pueden hacerle sombra. Porque tampoco tienen con qué. Sus historias misteriosas aún no consiguen convencer a una tele audiencia ávida de contenido. La única producción que sigue marcando buenos puntos de rating es la maléfica "Malparida", cuya protagonista es -paradógicamente- una enceguecida mujer que propicia o ejecuta distintos asesinatos para vengar el suicidio de su madre. A esta crispación generalizada, los canales de noticias que transmiten por cable suman un sobredimensionamiento de las noticias policiales o las informaciones de alto impacto, que repiten una y otra vez para desasosiego del televidente.
Todo es caos, diversión vulgar y fiesta exacerbada. Porque en esta subversión de valores, lo absurdo parece ser más rentable que lo creativo. Nadie parece darse cuenta de que el espíritu humano se nutre con un buen libro, con el arte, con un diálogo enriquecedor y con una televisión que intente -sin descuidar el famoso rating- dar algo más que un espectáculo facilista e hipnótico en el que jóvenes ignotos buscan volverse célebres gracias a presuntos amoríos, escándalos sexuales, escenas de pugilato, confesiones subidas de tono o habilidades para la traición. Tampoco se alimenta poniendo a prueba la psique humana con documentales que exhiben la miseria de los marginados; o contando historias truculentas que sólo generan más inquietud. Muchos podrán argumentar que se trata de un juego que retrata la vida misma y que uno tiene la libertad de cambiar de canal.
Pero esa libertad prácticamente se anula cuando en los otros canales hay ciclos similares o repeticiones de lo que se está viendo en las señales líderes. Por eso, lo que se ve en la televisión actual no es la vida mismo, sino una mala copia del vivir. Y lo único que consigue es exacerbar los aspectos voyeuristas y oscuros de la sociedad. Mejor sería aceptar que detrás de los escandalosos programas que salen al aire sin el menor respeto por el horario de protección al menor, hay una empresa que quiere ganar dinero. Una producción cuya intención no es fabricar nuevas estrellas, ni cambiar la estética de la TV, sino generar un negocio. Como si la cultura fuera casi la hermana gemela del capitalismo.
Modelo de éxito
Claro que lo más grave de ciclos como estos no es tanto que se exhiban la desnudez, el lenguaje vulgar o las conductas impropias. Lo peor, sin duda, es el modelo de éxito que se transmite a los adolescentes y jóvenes. Según la opinión de varios psicólogos, es aquí donde deben actuar los padres y familiares.
Lo malo es que, muchas veces, los padres también sueñan con que sus hijos sean tan famosos como los jóvenes que aparecen, con todo desparpajo, en la pantalla chica. Así, por imperio del rating, poco a poco, el lenguaje va involucionando, la diversión va cambiando y los hábitos se estancan. No hay aprendizaje, sino "anemia intelectual". La educación no es un instrumento infalible, claro está (ningún instrumento lo es), pero es el más precioso de todos. Tal vez el único que permite al hombre seguir siendo un creador.