Alejandro García corrió a tapar la reja de la entrada de su casa con una chapa que tiene guardada para cuando llueve. La colocó sobre el piso para formar un dique que contenga el agua que viene de la calle. La chapa calza justo entre las dos columnas que marcan el portoncito de acceso y tiene unos 20 centímetros de alto. La puso en su lugar y vio como en 15 minutos el agua corría por encima de su muro improvisado de contención. Las bolsas de arena apostadas en la base de las puertas tampoco sirvieron de nada. La entrada, la cocina, el living y los dormitorios se llenaron de un agua barrosa, mezcla de lluvia, agua de las cloacas y barro de la calle.

"Estamos preparados para este tipo de tormentas, pero es la primera vez en los 14 años que vivimos en El Manantial que se inunda tanto la casa", cuenta Alejandro, padre de cuatro hijos y esposo de Karina Ruda. "Dentro de la casa, el agua nos llegaba a los tobillos, en el patio del fondo, hasta la rodilla. Empezó a llover a la 1.15 de la madrugada y a la 1.30 estaba todo inundado", dijo.

Desde que utilizaron un entubamiento más angosto para el canal al costado de la ruta 38 el agua no fluye como antes. Además, la ruta, varios centímetros más alta que la calle, actúa como un dique reteniendo el agua. La deforestación en estas zonas ayuda también a una menor absorción de las lluvias por parte de la tierra. Así, hasta el pavimento de la calle Matienzo se esconde bajo un lodazal permanente.

El agua que inundó el hogar de los García no solo arrastró el barro de la calle, también incluía aguas servidas. "El olor era muy fuerte. Mis hijos se levantaron a ayudar a mover algunas cosas para evitar que se arruinen. Cuando volvieron a la cama, les picaban y ardían los pies", relata Karina, que es maestra y se ha quejado numerosas veces ante las autoridades de la zona para que intervengan.

Cerca de las 6 y media de la mañana el agua empezó a bajar. Sin haber dormido, Alejandro y Karina enviaron a sus hijos a la casa de los abuelos para poder quedarse solos y limpiar tranquilos. Tuvieron que sacar el barro de los pisos, limpiar la marca de 10 centímetros sobre las paredes, desinfectar todo y acomodar la casa. En estos menesteres los encontró LA GACETA. Alejandro, con un humor sereno y abocado al trabajo. Karina, un poco más insistente en la necesidad de que las autoridades les den una solución: "yo pago mis impuestos, trabajo duro como maestra y hasta contratamos una maquina entre todos los vecinos para que limpie la calle y la maleza".