A Burruyacu es difícil llegar, pero mucho más complicado es quedarse. El estado de la ruta provincial 304, por la que se transitan los 64 kilómetros que la separan de San Miguel de Tucumán, es pésimo. Sin embargo, es el camino que cientos de jóvenes deben tomar para buscar un futuro mejor "en la ciudad". Sucede que, al terminar el secundario, las únicas opciones que tienen los adolescentes para quedarse son trabajar en el campo, en el municipio o estudiar en el terciario de la zona.
LA GACETA recorrió las apacibles calles de la ciudad en la que se duerme con las puertas abiertas, se toma mate con los vecinos en las veredas y donde los coyuyos ensordecen. Los habitantes coincidieron en ponderar las obras de pavimento e iluminación pero también pidieron más fuentes de trabajo.
El corazón en el pueblo
Edgardo Toscano, de 17 años, está sentado en un banco de la plaza principal. El lánguido muchacho tiene un hablar cansino pero levanta la voz y se entusiasma cuando revela que sueña con ser profesor de Educación Física. Sin embargo -relata-, en los próximos meses viajará a Buenos Aires para trabajar como obrero de la construcción: "realmente me encantaría poder quedarme y estudiar aquí, en Burruyacu. Pero no se puede. Me voy para la Capital porque tengo un hermano que se fue a vivir allí".
Junto a Edgardo están sus amigas y compañeras de toda la vida. Vanesa Lizárraga y Antonella Rojas, ambas de 18 años, también emigrarán en 2011. "Muchos jóvenes tenemos que irnos obligadamente para pensar en un futuro. Poder estar en nuestras casas y estudiar aquí sería muy bueno porque es triste alejarse de la familia y comenzar otra vida", lamenta Antonella, quien estudiará Kinesiología.
Vanesa, a su vez, tiene en claro que quiere ser maestra jardinera y que, para ello, deberá vivir en una pensión en San Miguel de Tucumán: "no hay fuentes de trabajo que no sean las cosechas, la Municipalidad, el hospital o los planes sociales que otorga el Estado. Además, en el terciario dictan una carrera que está relacionada con el agro pero a casi nadie le gusta esa área. Entonces, lo que queda es irse". Al unísono responden que quieren formar sus familias en Burruyacu y prometen extrañar el pueblo hasta el día de regreso.
Todos municipales
Los habitantes destacan que la Municipalidad es la principal fuente de empleo en la zona urbana y, si bien agradecen que se contrate gente, reniegan de esta realidad. Basta caminar unas pocas cuadras para encontrar varios empleados municipales.
Ramón Molina, de 42 años, se empeña en que los ladrillos que apila queden parejitos. Es trabajador del municipio y se encuentra abocado a levantar una fuente frente a la nueva sede de la administración. "Como Burruyacu no hay", dispara orgulloso, y asevera que es un lugar tranquilo, seguro y limpio para vivir. "Hace 15 años que tengo este trabajo y nunca antes habíamos cobrado en término como ahora. Está ordenado y los trabajos lograron que la ciudad esté diferente. La Municipalidad es la base, todos estamos empleados aquí. Si no habría un buen gobernante, no tendríamos donde trabajar", concluye, y retoma su tarea.
"El Municipio es el único que da trabajo aquí y no hay otro ámbito", advierte Natalia Fernández, de 25 años. La joven detalla que todos tienen parientes o amigos que están empleados en la administración, a la que considera "buena". "Dentro de todo, la ciudad mejoró en estos últimos años y se nota en que quedan pocas calles sin pavimentar y que se amplió el alumbrado público", puntualiza la joven.
David Lizárraga, de 20 años, está feliz de su trabajo en el gobierno local: "soy agente de tránsito, tengo que cuidar a los niños que salen de la escuela", cuenta en la terminal local. "Somos unos 22 chicos en mi área y hay más en administración. Es bueno trabajar en la Municipalidad porque es seguro", pondera.
Gonzalo Ruiz y sus amigos interrumpen un partido de fútbol para hablar con LA GACETA. El joven, de 20 años, es chofer del camión recolector de basura del municipio: "dejé de estudiar Educación Física porque me salió esta oportunidad", narra.
Su compañero de equipo, Roberto Ponce, también de 20, quiere estudiar Enfermería y espera tener una posibilidad de trabajo en el hospital de Burruyacu: "si fuera por mi, no me iría a ningún lado. Ojalá que consiga trabajo", anhela. Luego, regresan a la cancha a correr tras la pelota.