Por Fabio Ladetto. Para LA GACETA - Buenos Aires
Lo espera Lugar común, la muerte, un libro de su amigo Tomás Eloy Martínez que aún desconoce. Para llegar a él, Sergio Ramírez deberá concluir primero la relectura de Hijo de hombre, del paraguayo Augusto Roa Bastos, y escribir el prólogo de su nueva edición.
En Buenos Aires, en una pausa en su participación estelar en el V Congreso Internacional del Foro de Periodismo Argentino (Fopea), visitó la tumba de Martínez, como una forma de continuar su larga relación. "Es difícil hablar de un gran amigo de muchos años sin parcialidad ni sentimiento. Tomás era muy íntimo y cordial conmigo, y un gran periodista. Era demasiado buena persona, y muchos de los tropiezos que sufrió en la vida fue por ser demasiado inocente", recuerda en una entrevista exclusiva con LA GACETA.
-¿Van de la mano ser buen periodista y buena persona?
-Primero hay que ser buena persona para ser buen periodista, en el sentido moral y ético; pero al mismo tiempo se debe tener malicia para no dejarse engañar ni enredar, ni enamorarse u odiar nunca al personaje que se entrevista. No es contradictorio una cosa de otra.
-¿Se mueven las fronteras entre el periodismo y la novela?
-Tomás es un gran ejemplo, como lo demostró en La pasión según Trelew. Hay una evolución de la crónica, de los reportajes y de los trabajos de ficción. Hoy todo es cada vez más híbrido, con una legitimación de la mezcla de estas formas. En la novela podemos tolerar la combinación de crónica periodística, narración, ensayo, poesía y guiones cinematográficos o de radio. La apertura de las fronteras es amplia, el asunto es cuál es la permisividad que tiene el periodista para imaginar que cuenta historias reales. No está plenamente dilucidado, desde Truman Capote con A sangre fría.
-¿Inciden las nuevas tecnologías en este cambio?
-Siempre han estado influyendo en el lenguaje y viceversa; es una mutua alimentación. Los grandes descubrimientos tecnológicos en las comunicaciones afectan necesariamente las estructuras. Ya en el siglo XIX, cuando nace la radiotelegrafía y se instalan los cables submarinos, cambió el lenguaje porque el periodista debía sintetizar las notas. En los telegramas se pagaba por palabra, así que se limitaban las palabras para pagar menos.
-Una suerte de anticipo del Twitter y de sus 140 caracteres.
-Exactamente, es el mismo mecanismo. Si se escribe más de esa cantidad, la máquina no lo admite. Se debe tener el entrenamiento de decir lo que se quiere en menos palabras. Es un buen ejercicio, porque cuando uno edita y corta, se da cuenta de que está diciendo lo mismo pero mejor y con más intensidad, porque había párrafos que sobraban.
-¿La realidad desafía a los periodistas a contar mejor historias que parecen de ficción?
-Tanto el periodista como el escritor arrojan una red al mar oscuro y cazan toda clase de monstruos o de peces. Ambos tienen que tener una identidad, con características singulares, para que el lector tenga interés en esa transformación de la persona de la historia en un personaje muchas veces caudillesco. América sigue viviendo mayoritariamente en ámbitos rurales, y el caudillo es propio de esos sitios, nacido de tener poder económico y militar (levantaba soldados entre sus propios peones) para llegar luego al liderazgo político. Este proceso se sigue repitiendo en el siglo XXI, con los hombres que se sienten por encima de la ley y ejercen su voluntad con trampas para quedarse en el poder.
Ética ante todo
El ejercicio del poder y la ética son dos de los desvelos de Ramírez. Ex vicepresidente de Nicaragua en la mítica revolución sandinista, no reniega de su pasado, sino del presente de sus viejos compañeros de armas (sin nada simbólico en esta mención). "Revolucionarios con cuentas cifradas en dólares, prósperos empresarios que cuando entraron en triunfo a la plaza colmada de pueblo en Managua no tenían segunda camisa que ponerse, hoy son dueños de bancos, de plantas de energía eólica, de redes de distribución de combustible, de estaciones de gasolina, de hoteles, de centros comerciales, de complejos turísticos en las playas, de haciendas de ganado. Para enriquecerse, como manda el nuevo credo, no valen reglas. La ética ha sido demolida desde sus cimientos. La principal violencia que sufrimos es la violencia contra la ética", asegura desde el estrado, en su intervención magistral de apertura del congreso de Fopea, al que fue invitado para hablar sobre los vínculos entre la literatura y el periodismo.
Su decir es extraño: habla pausado, pero sus palabras suenan como si saliesen disparadas a toda velocidad. "Nos toca vivir en un mundo sin héroes, despoblado de utopías. Pero quienes creen en el poder de las palabras, y las utilizan con certeza y creatividad; quienes no se doblegan, ni se dejan aturdir por el poder, sea el poder del estado, el poder económico, o el poder del narcotráfico; quienes no ceden en su dignidad, ni se alquilan, ni se venden, ni se callan, y aún ponen en riesgo sus vidas a causa de lo que escriben, son los héroes de hoy. Son los heraldos de la utopía que siempre nos aguarda desde el futuro; heraldos de la verdad, que siempre nos hará libres", afirma respecto de los periodistas y su papel actual, jugando a la contradicción en una misma idea.
Esos héroes contemporáneos son de carne y hueso. "Para no tener miedo, hay que haberlo tenido antes y aprender a administrarlo. ?Cada quien es dueño de su propio miedo?, decía Pedro Joaquín Chamorro, quien fue asesinado por Anastasio Somoza, al que enfrentaba frontalmente en su diario. Escogió el camino de decir la verdad. Esta no es una profesión inocente sino de riesgos de todo tipo", ejemplifica, y no se cansa de mencionar a los cárteles del narcotráfico como los mayores enemigos actuales de los periodistas.
La desolación
Ramírez se asume como un lector clásico del diario en papel en una simple idea: "cada vez que se cierra un periódico siento como si alguien talara un árbol frente a mi ventana, y mi paisaje personal se va quedando desolado; trato de tener valor y decirme que los artilugios de lectura electrónica me servirán lo mismo, pero si no manchan los dedos, tampoco cruje el papel al pasar las hojas, ni tampoco tienen ese aroma de la propia tinta fresca".
Sin embargo, su preocupación no es por el soporte material de los diarios. "No es tan importante cómo vamos a leer las noticias sino qué noticias vamos a leer, cómo estará definido en términos éticos y de sustancia el universo de la información, cómo podremos ser siempre originales y creativos al contar, cómo podremos despertar interés. El asunto es la calidad de las palabras, su sustancia, su textura literaria y su calidad ética. Podemos prever un mundo sin periódicos impresos, pero no un mundo sin palabras. Buscar la verdad significará siempre descubrir. Y el poder, por su propia naturaleza, busca ocultar. Si los medios de comunicación tienen una función crucial, es la de contribuir a que los gobernantes se sometan a las leyes, y no que ellos sometan a las leyes", sentencia Ramírez.
© LA GACETA
Fabio Ladetto - Periodista de LA GACETA, abogado, docente de la UNSTA y de la UNT, vicepresidente de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino).