Por Osvaldo Peusner
Para LA GACETA - Buenos Aires
El mundo quería saber qué ocurrió durante los 17 días de desconexión entre los mineros chilenos del yacimiento San José y la superficie exterior. Algunos sobrevivientes ya comienzan a hablar y no nos dicen nada sorprendente. Que hubo diferencias, dificultades, durezas. Todo normal para las circunstancias. Entonces, ¿qué se ocultaba tras el llamado "pacto de silencio"?... Mientras no surjan y decanten todas las verdades, y hasta revelarnos el secreto ya convertido en misterio, nosotros nos tomaremos la libertad de ponernos el casco, el foco, el cinturón y encender una luz e imaginar los hechos subterráneos.
En primer lugar, debemos recordar que los mineros son gente silenciosa. Durante la jornada dentro del yacimiento, se desenvuelven principalmente en galerías, semejantes a las de nuestros subterráneos, por las que transitan iluminando sus trayectos con ese pequeño foco que llevan en el casco, se saludan levantando una mano enguantada o enfocándose los rostros o golpeando el casco del prójimo con los nudillos. Toda esta ceremonia sucede en medio de la ruidosa actividad de los taladros de exploración y de explotación del yacimiento y el movimiento de los trenes eléctricos.
En segundo lugar, los mineros viven con varios relojes a cuestas. El que marca su jornada laboral y depende de la astronomía; el que marca la dirección de la empresa, que depende del ansioso mundo bancario, y el que marca la Naturaleza, que depende de las pacientes eras geológicas y su azarosa distribución de los minerales.
En tercer lugar, además de contar con las definiciones clásicas de la "ley" provenientes de la Justicia, los mineros tienen una definición propia del concepto: "la ley es una medida que describe el grado de concentración de recursos naturales valiosos disponibles en una mina". Así se habla de la ley o concentración del oro, de la plata o del cobre en un yacimiento. Y así también, cuando el minero habla de cumplir con la ley, no sólo se refiere a los códigos legales sino, también, al mandato y a las restricciones de la Naturaleza.
Volviendo entonces al "pacto de silencio", podemos pensar que, quizás, los mineros chilenos sintieron cierta vergüenza por algún pecado que imaginaron cometer en esos primeros 17 días de encierro y decidieron ocultarlo. Pero, ¿qué pecado podrían haber cometido los miembros del plantel que los llevara a un silencio tan perturbador para nosotros, que vivimos alimentándonos de las noticias cotidianas?... Luego del derrumbe, estando fuera del refugio, en la oscuridad, con la organización jerárquica alterada por la desconexión, lo más natural para nuestra óptica "superficial" habría sido pelearse, llorar, aterrorizarse, deprimirse y hasta suicidarse. Pero, aunque hubiera sido así, y ahora que el pacto comienza a derrumbarse, parecería que, en algún aspecto, fue así, ellos tuvieron el enorme mérito de llegar juntos y enteros hasta el final, como los sobrevivientes de La retirada de los diez mil de Jenofonte, libro que todavía seguimos leyendo, recordando y citando como ejemplo de nuestra cultural occidental. Entonces, ¿quién podría tirarles la primera piedra a ellos, cuando todo Chile puso el esfuerzo por retirar las rocas que les obstaculizaban la salida? De haber algún pecado, en un mundo que nos quiso enseñar a perdonar setenta veces siete, ¿no habría que perdonar también a los mineros de los setenta días a setecientos metros de profundidad?
¿O con el silencio estarán tratando de valorizar la veta mediática que encontraron luego del derrumbe?... Si la empresa ya está en quiebra, el único tesoro que les queda a estos mineros es el de la venta del libro, guión o argumento de la hazaña a los grupos cinematográficos. Pero como el final de la historia se conoce, quizás los 17 días de desconexión puedan servir para mantener algún misterio vigente y darle mayores posibilidades artísticas a la maravillosa realidad.
© LA GACETA
Osvaldo Peusner - Ingeniero químico, minor en
Filosofía (Massachusetts Institute of Technology
-MIT-) y escritor. Fue gerente técnico de la Mina
Ángela (Chubut), gerente de proyectos en
Techint, director de ingreso del Instituto
Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y profesor
de Humor en Literatura en el Museo de Arte
Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA)