El corazón se acelera. Manuel González se despide. "Fuerza huevón", grita con inconfundible "chilenismo". Millones de televidentes aprietan los dientes. No importa qué canal está puesto. Al diablo el rating. El pulso se acelera. Los corazones de cualquier tucumano bombean a la misma velocidad que los de miles de familiares, amigos y periodistas que están en el campamento Esperanza en la mina San José de Copiapó. La tensión se hace silencio. La ilusión se convierte en voz. Desde el presidente Sebastián Piñera hasta el último familiar entonan el himno nacional chileno.

Vuestros nombres valientes soldados / Que habéis sido de Chile el sostén / Nuestros pechos los llevan grabados / Lo sabrán nuestros hijos también / Sean ellos el grito de muerte...

La música, el canto unido le da fuerza a González que es recibido desde lo más profundo.

Ahora es el turno de Florencio Ávalos. Su pequeño lo espera a 700 metros de distancia. Su esposa le aprieta la mano al pequeño. La emoción no sabe de su edad. El niño le toca la panza a Piñera. ¡Qué importa! Ahí viene papá. El hombre es el primero en salir por su valentía... Quince minutos después todo es emoción. El abrazo del hombre con su niño es la síntesis de un trabajo intenso en el que la tecnología, la paciencia, la inteligencia y el esfuerzo han logrado lo que nunca nadie imaginó.

La noche avanza y de a poco se repiten las escenas y las emociones. "Esta mina no se va a volver a abrir hasta que cumpla las condiciones de seguridad necesarias. Se van a cerrar todas las minas que haga falta a lo largo del país", dice el Presidente chileno. "Vamos a cosntruir un memorial para que nos guíe en el futuro", añora Piñera.

Durante los últimos 69 días la palabra que lo decía todo era esperanza. Desde ayer trocó en futuro y puede degradarse en incertidumbre. Las historias de cada uno de los 33 mineros deberían volver a sus rutinas naturales; sin embargo, ellos ya son otros. Van a ser héroes y protagonistas de una historia increíble que se asemeja a la llegada del hombre a la Luna.