Novela
LA SEGUNDA VIDA DE BREE TANNER
STEPHENIE MEYER
(Alfaguara - Buenos Aires)

Aquí, el quinto libro de la exitosa saga de vampiros de Stephenie Meyer, argumentalmente anterior al último, Amanecer. La autora estadounidense dedica su fértil imaginación a Bree Tanner, neófita de aparición fugaz en Eclipse. La flamante "vampira" protagoniza esta historia de amor y poder bien marinada en sangre. Mucha.
Alguna vez pensé que los adolescentes preferían las historias realistas como un modo de dejar atrás una infancia de magia y fantasía, pero Harry Potter señaló mi error. Abjuro ahora de mi teoría ante el éxito editorial y cinematográfico de estos jovencitos que saltan y vuelan por las copas de los árboles y los techos de la ciudad, que se nutren vaciando venas ajenas -de mendigos, prostitutas, solitarios ignotos? amables, ¿no?-, que gozan de tanta inmortalidad que reacomodan brazos y piernas cortados y siguen como si tal cosa, salvo que el fuego los elimine. Sospecho que la clave está en que en ambas sagas lo fantástico casi no intersecta con el mundo real: se trata de un cosmos con pautas propias, si bien movido por impulsos muy humanos: la ambición, el miedo, el deseo.
La razón del éxito de Meyer debe buscarse en la mezcla de adolescencia sin familia, mucha acción y esa violencia extrema que el cine llama "gore" (en inglés, cuajarón de sangre). Leemos: "? cuando ella los sujete mientras les arranca las piernas y después, despacio, muy despacio, les quema los dedos de las manos, las orejas, los labios?" ¡basta! En las guerras entre grupos de vampiros no hay justos ni pecadores, sino sólo sed de poder, con algún escarceo amoroso que en esta novela, al menos, ha de fracasar. Buenos diálogos, interesante caracterización, algunas excelentes descripciones.

Antecedentes

Los vampiros llegan a la literatura en el siglo XIX desde Asia y Europa oriental, nutriendo el auge de lo gótico en el romanticismo. La ciencia llamará "vampiro" al murciélago americano chupasangre. El vampiro (1817), de John Polidori y, sobre todo, Drácula (1898), de Bram Stoker, plasman sus rasgos: hábitos noctámbulos, odio a la cruz cristiana, al ajo y a la luz, imagen especular nula, y la estaca en el corazón como solución terminal.
Solitario, sombrío, torturado, de decadente nobleza y, como toda figura mítica, flexible a las tendencias de cada época: en 1976, Anne Rice, en su exitosa Entrevista con el vampiro, pinta con compasión setentista la soledad de la terrible criatura, y en 1979 el aristocrático Nosferatu de Werner Herzog pasa su vampiresca condición a Harper, corredor de bienes raíces, como aludiendo a un cambio en el nivel social del parásito. J.R. Ward, con sus romances paranormales y Kim Harrison, creadora de vampiros que se defienden de humanos crueles, se suman a la lista. Meyer, pues, se inserta en esta corriente neovampiresca con la historia de un vampiro y una humana en vías de no serlo más, foco de los cuatro libros anteriores. Meyer prescinde de los tics del viejo vampiro: ni ajo ni cruces. En un único toque de humor, Diego le dice a Bree, ante el temor de ella a la luz solar: "¡Cómo puedes ser tan supersticiosa!" (pág. 57).
La especialista inglesa Maria Beville llama "posmodernismo gótico" a esa visión simbólica de la realidad, propia de la era posmoderna, combinada con los efectos del terror, uno de los intereses esenciales del gótico: "Las fuentes del terror en las sociedades posmodernas son mucho más alarmantes que en la época victoriana", dice. Y agrega: "Los terrores metafísicos tienen una resonancia más profunda que los terrores físicos de épocas anteriores. La pérdida de los valores y del sentido y el carácter efímero de la experiencia hacen al sujeto posmoderno terriblemente irreal, alienado de nuestro mundo posmoderno de violencia y terrores políticos".
Meyer entretiene. Ve al amor como fuerza positiva, aunque sin garantía de triunfo. Augura, además, una "pubercracia" -valga el neologismo- amparada en la falta de contención familiar y de valores. Una generación que busca la libertad y termina esclavizada por los "pacos" y los Tirofijos que aguardan a la vuelta de la esquina.

© LA GACETA

Eugenia Flores de Molinillo