En la década de 1970, cuando ni la televisión ni internet constituían "amenazas" que turbaran el encuentro con el libro, leer la obra de Mario Vargas Llosa, como la de Gabriel García Márquez o la de Manuel Scorza o Carlos Fuentes (entre otros autores latinoamericanos), implicaba encarar un viaje iniciático al corazón más oculto de esta parte del continente. Un viaje en el que a cada viajero-lector le acompañaba una "lupa" que ayudaba a desnudar la desmesura de una América latina mágica, hasta entonces escondida por la matriz racionalista y europea que había marcado el surgimiento de muchos de los estados nacionales que en este 2010 están cumpliendo sus bicentenarios. Países que, como la Argentina, se soñaron "cien por ciento blancos y europeos".
La lupa provista por Vargas Llosa permitió revelar (mediado por relatos en los que los temas suelen ser la corrupción institucional en sus distintas variedades, la crítica a la moralina y al autoritarismo castrense, político y policial) el poder que tiene la literatura para "contar la historia".
El boom y las aulas
Provistas de esa "lupa", generaciones de universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT (no sólo de Literatura, sino también de Filosofía, guiados por Genié Valentié, para quien lo mágico y lo real eran uno), se asomaron a la dimensión mítica de América latina.
En este siglo XXI, los escritores del llamado "boom" y vecinos siguen siendo estudiados en las aulas de la UNT y en las clases de literatura en el secundario. Sin embargo, en ese ring de la "literatura que se lee en la escuela", Gabriel García Márquez, con su Macondo y sus niños cola de chancho que terminan con la saga de los Buendía -y hasta Juan Rulfo, con su "Pedro Pàramo"- le gana en popularidad a Vargas Llosa.
Es de suponer que el flamante Nobel emparejará las cosas, ya que el premio de la academia sueca actúa todos los años como una prodigiosa estrategia de márketing en la industria editorial; y que la "lupa" de la escritura de Vargas Llosa les permitirá a los nuevos lectores (jóvenes o no) disfrutar de los mundos cambiantes que ha ido recreando el autor a lo largo de cinco décadas.
El Vargas Llosa de los años 70 es el del folletín (la hilarante "Pantaleón y las visitadoras"); el de las tribulaciones amorosas y endogámicas del escritor adolescente, en "La tía Julia y el escribidor"; el escritor que pinta a sus personajes con trazo fino, el que siempre aporta una pincelada de sátira, aun cuando lo que se narra es un episodio de la tragedia latinoamericana; el denunciante de la corruptela que se mueve en torno de la maquinaria de las dictaduras ("Conversación en la Catedral"); el que pinta historias prostibularias y de contrabandistas ("La casa verde"); el que delata la rigidez implacable de la educación militar ("La ciudad y los perros").
El Vargas Llosa de los años 80 ya muestra el viraje político del intelectual desencantado con la izquierda, el del Perú acosado por la aventura guerrillera de Sendero Luminoso; el de "La historia de Mayta" y el de "Lituma en los Andes"; el de la crítica a los fanatismos y a los absolutos, en "La guerra del fin del mundo". El Vargas Llosa del año 2000 deslumbrará al lector con su "Fiesta del chivo", novela en la que narra la tragedia de las hermanas Cabral, acosadas por el dictador dominicano Rafael Trujillo.
Aunque "contaminadas de realidad", todas las novelas de Mario Vargas Llosa son (robándole el concepto a Nabokov) "cuentos de hadas", en el sentido de que la literatura es ficción.
Territorio enigmático
El mismo Nabokov (a quien los más jóvenes conocen por una distorsión pasteurizada de su clásica novela "Lolita") dijo alguna vez, en una de sus célebres clases de literatura europea, que acaban de ser editadas en español: "La ornamentación del lugar común incumbe a los autores de segunda fila: estos no se molestan por reinventar el mundo; sólo tratan de sacarle el jugo lo mejor que pueden a un determinado orden de cosas, a los modelos tradicionales de la novelística... El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción".
Esa descripción nabokoviana se ajusta en un todo al Vargas Llosa que ayer, a dos décadas del Nobel a Octavio Paz y a 28 años del Nobel a García Márquez, ha vuelto a recordarle al mundo que Latinoamérica es un territorio tan enigmático, tan complejo, que nadie sabe si lo que cuentan sus narradores es realidad o ficción.