La batalla de Tucumán ocurrió al mediodía del 24 de septiembre de 1812. Al sudoeste de la ciudad, en la zona del llamado Campo de las Carreras, se enfrentaron los 3.000 soldados del ejército realista que mandaba Pío Tristán, con los 1.500 de la fuerza conducida por el general Manuel Belgrano.
Se inicia la acción
Tristán no pudo utilizar su artillería, pues traía confiadamente los cañones desarmados sobre mulas, cuando se topó con sus adversarios desplegados en línea de batalla. Iniciada la acción, al golpe más fuerte de los patriotas lo dio la caballería del ala derecha, a órdenes de Juan Ramón Balcarce, que incluía los "Decididos de Tucumán" dando alaridos y golpeando los guardamontes. Arrasaron gran parte de la infantería realista y desbarataron la caballería del ala izquierda, que se retiró en desorden. Mientras, al centro, la infantería enemiga empezó a retroceder, empujada por los hombres de Ignacio Warnes y sobre todo por la reserva, que mandaba Manuel Dorrego.
Pero, en ese momento, llegó una columna de refuerzo realista, que auxilió a los suyos y produjo un desbande que arrastró a Belgrano, con un escuadrón, fuera del campo de batalla. Sintiéndose fuerte, esa ala izquierda arrolló a la columna de infantes de José Superí y formó un martillo para atacar a los patriotas.
Repliegue y victoria
En ese momento, empezó a soplar un viento fuerte y cálido, preludio de una tormenta de tierra a la que se agregó una manga de langostas. Todo era confuso en el campo. El mayor general Eustaquio Díaz Vélez tomó una atinada decisión. Reflexionó rápidamente que había roto en tres puntos la línea realista, y que había tomado 500 prisioneros, así como gran parte de la artillería. Le pareció demasiado incierto afrontar el martillo que estaban formando los enemigos, y dio órdenes de replegarse a la ciudad, cuyas calles estaban foseadas.
Tristán -"a quien no faltaba valor", dice Paz- no se animó a atacar. Lanzó una intimación ese día y el siguiente, hizo algunas maniobras ostentosas con su fuerza, y a la medianoche del 25 se retiró a Salta. La batalla de Tucumán había terminado en victoria para los patriotas. Quedaba detenido el avance realista hacia el interior de las Provincias Unidas. Cuatro meses más tarde, en Salta, Belgrano volvería a derrotarlos.
Más allá del sintético relato de la acción, vale la pena rescatar algunos pormenores interesantes, asentados en diversos textos por protagonistas o por testigos.
Un jefe confiado
Por ejemplo, es claro que Tristán ni soñaba que debería enfrentar una batalla. Creía que Belgrano estaba ya lejos y en retirada, y que ocupar Tucumán era un cómodo paseo. Por eso, al llegar al arroyo Manantial, encargó al aguatero que le llevase una pipa de agua cristalina a la ciudad, pues quería darse un baño cuando desmontara.
Otra tradición -que recoge Julio P. Avila- dice que ese día Belgrano había amanecido enfermo y con vómitos: tanto, que se disponía a dirigir el combate desde un carretón. Pero luego se sintió bien y montó "un caballo moro, de paso, mansísimo". Al iniciarse la acción, el primer cañonazo hizo encabritar al moro y caer al general, felizmente sin más consecuencias.
Fuego y saqueos
El jefe realista iba a ingresar a la ciudad por el norte. Pero tuvo que desviarse porque Gregorio Aráoz de La Madrid y sus hombres prendieron fuego a unos pajonales en la cañada de Los Nogales. La quematina se propagó rápidamente por la sequedad y por el viento, y determinó que Tristán torciera por el Camino del Perú hasta el puente de El Manantial, desde donde recién rumbeó a la ciudad. Fue lo que permitió a Belgrano organizar cómodamente su línea.
Ya en la acción, después del éxito de aquella primera arremetida que desbandó el ala izquierda, los "Decididos de Tucumán" ya no contaron para la batalla. Esto porque se dedicaron a saquear los equipajes de los realistas en fuga. Además, muchas cuadras más allá, en la ciudad, había ingresado una tropa de mulas y carretas del ejército de Tristán, cargada con pertrechos y dinero, y cuyos conductores, como habían quedado retrasados en Los Nogales, ignoraban la existencia de una batalla. Fueron capturados por los patriotas, pero -dice Marcelino De la Rosa- "unas mulas cargadas con plata se dispersaron por las calles y fueron aprovechadas por algunos vecinos", a quienes la tradición señalaba con nombres propios.
Paz sin dormir y un ardid
Después de la batalla, Belgrano, a quien el desbande había arrastrado a Los Aguirre, ignoraba el resultado final, hasta que el teniente José María Paz se lo informó. Jubiloso, el jefe le ordenó que recogiera todos los soldados que pudiera encontrar dispersos. Esto mantuvo al joven oficial ocupado la noche íntegra, sin dormir y cabalgando por un territorio que desconocía.
La noche del 24, cuando aún no se sabía si Tristán iba a intentar un ataque, los patriotas -refiere De la Rosa- utilizaron un ocurrente ardid para asustarlo. Escribieron una carta falsa, firmada por un general inventado, fechada en Santiago del Estero y dirigida a Belgrano, donde le anunciaban la inminente llegada de fuerzas muy poderosas en su auxilio. Entregaron la misiva a un paisano "muy avivado y valiente", que se las arregló para hacerse capturar por las fuerzas de Tristán. La carta le fue arrebatada y el jefe la leyó, lo que aumentó sus dudas sobre lo que ocurría en el interior de la ciudad.
El entonces teniente -y luego famoso general- Paz, entre otras coloridas anécdotas, cuenta que horas después de la acción, cabalgaba junto a un Belgrano lleno de inquietud y de desconcierto. De pronto, llegó al galope el teniente Juan Carreto, a quien Belgrano le preguntó qué sabía de la situación de la ciudad. "Nosotros hemos vencido al enemigo que teníamos al frente, pero creo que ha ocupado la ciudad", contestó equivocadamente Carreto. El impetuoso coronel José Moldes dijo entonces a Belgrano: "No crea usted a este oficial, que está hablando de miedo". Carreto respondió: "¡Señor coronel, yo no tengo miedo, y tengo tanto honor como usted!", a lo que Moldes replicó: "¡Cómo ha de tener honor un ratero como usted!". Esto decía al ver a Carreto cargado con objetos tomados de los bagajes enemigos. Frente a la injuria de Moldes, el teniente lo retó a duelo y se alejaron para batirse. Belgrano parecía no advertir el incidente, hasta que su ayudante Manuel Vera se lo hizo notar. "Señores, ¿qué insubordinación es esta?", exclamó el general, con lo que el lance se detuvo.
Rato después, arribó Balcarce con algunos oficiales y soldados. Afirmó jubilosamente que habían obtenido la victoria. Belgrano le inquirió en qué se fundaba. "Nosotros hemos triunfado del enemigo que teníamos al frente, y juzgo que en todas partes habrá sucedido lo mismo: queda ese campo cubierto de cadáveres y de despojos", afirmó Balcarce. Mostró además, al general, "un gran cuchillo de monte con una rica empuñadura, en que estaba asegurada una medalla de oro de las que se habían grabado en honor de Goyeneche (el jefe supremo realista), cuchillo que pertenecía al coronel enemigo Peralta", refiere Paz.
El mismo afirma que narrar la acción de Tucumán era muy difícil. Dice que "en esas conversaciones eternas que sobrevienen después de una batalla, en que cada uno refiere lo que ha sucedido en el punto en que se ha encontrado, y el modo cómo comprende el conjunto de la acción, suelen tomarse ideas de lo que no se ha podido presenciar personalmente". Pero afirma que, en la batalla de Tucumán, "me sucedió lo contrario, pues después de oídos innumerables detalles, nunca pude coordinarlos para formar un juicio exacto de los movimientos de ese día de confusión y de gloria: de ese día solemne y de salvación para nuestra patria".
Se inicia la acción
Tristán no pudo utilizar su artillería, pues traía confiadamente los cañones desarmados sobre mulas, cuando se topó con sus adversarios desplegados en línea de batalla. Iniciada la acción, al golpe más fuerte de los patriotas lo dio la caballería del ala derecha, a órdenes de Juan Ramón Balcarce, que incluía los "Decididos de Tucumán" dando alaridos y golpeando los guardamontes. Arrasaron gran parte de la infantería realista y desbarataron la caballería del ala izquierda, que se retiró en desorden. Mientras, al centro, la infantería enemiga empezó a retroceder, empujada por los hombres de Ignacio Warnes y sobre todo por la reserva, que mandaba Manuel Dorrego.
Pero, en ese momento, llegó una columna de refuerzo realista, que auxilió a los suyos y produjo un desbande que arrastró a Belgrano, con un escuadrón, fuera del campo de batalla. Sintiéndose fuerte, esa ala izquierda arrolló a la columna de infantes de José Superí y formó un martillo para atacar a los patriotas.
Repliegue y victoria
En ese momento, empezó a soplar un viento fuerte y cálido, preludio de una tormenta de tierra a la que se agregó una manga de langostas. Todo era confuso en el campo. El mayor general Eustaquio Díaz Vélez tomó una atinada decisión. Reflexionó rápidamente que había roto en tres puntos la línea realista, y que había tomado 500 prisioneros, así como gran parte de la artillería. Le pareció demasiado incierto afrontar el martillo que estaban formando los enemigos, y dio órdenes de replegarse a la ciudad, cuyas calles estaban foseadas.
Tristán -"a quien no faltaba valor", dice Paz- no se animó a atacar. Lanzó una intimación ese día y el siguiente, hizo algunas maniobras ostentosas con su fuerza, y a la medianoche del 25 se retiró a Salta. La batalla de Tucumán había terminado en victoria para los patriotas. Quedaba detenido el avance realista hacia el interior de las Provincias Unidas. Cuatro meses más tarde, en Salta, Belgrano volvería a derrotarlos.
Más allá del sintético relato de la acción, vale la pena rescatar algunos pormenores interesantes, asentados en diversos textos por protagonistas o por testigos.
Un jefe confiado
Por ejemplo, es claro que Tristán ni soñaba que debería enfrentar una batalla. Creía que Belgrano estaba ya lejos y en retirada, y que ocupar Tucumán era un cómodo paseo. Por eso, al llegar al arroyo Manantial, encargó al aguatero que le llevase una pipa de agua cristalina a la ciudad, pues quería darse un baño cuando desmontara.
Otra tradición -que recoge Julio P. Avila- dice que ese día Belgrano había amanecido enfermo y con vómitos: tanto, que se disponía a dirigir el combate desde un carretón. Pero luego se sintió bien y montó "un caballo moro, de paso, mansísimo". Al iniciarse la acción, el primer cañonazo hizo encabritar al moro y caer al general, felizmente sin más consecuencias.
Fuego y saqueos
El jefe realista iba a ingresar a la ciudad por el norte. Pero tuvo que desviarse porque Gregorio Aráoz de La Madrid y sus hombres prendieron fuego a unos pajonales en la cañada de Los Nogales. La quematina se propagó rápidamente por la sequedad y por el viento, y determinó que Tristán torciera por el Camino del Perú hasta el puente de El Manantial, desde donde recién rumbeó a la ciudad. Fue lo que permitió a Belgrano organizar cómodamente su línea.
Ya en la acción, después del éxito de aquella primera arremetida que desbandó el ala izquierda, los "Decididos de Tucumán" ya no contaron para la batalla. Esto porque se dedicaron a saquear los equipajes de los realistas en fuga. Además, muchas cuadras más allá, en la ciudad, había ingresado una tropa de mulas y carretas del ejército de Tristán, cargada con pertrechos y dinero, y cuyos conductores, como habían quedado retrasados en Los Nogales, ignoraban la existencia de una batalla. Fueron capturados por los patriotas, pero -dice Marcelino De la Rosa- "unas mulas cargadas con plata se dispersaron por las calles y fueron aprovechadas por algunos vecinos", a quienes la tradición señalaba con nombres propios.
Paz sin dormir y un ardid
Después de la batalla, Belgrano, a quien el desbande había arrastrado a Los Aguirre, ignoraba el resultado final, hasta que el teniente José María Paz se lo informó. Jubiloso, el jefe le ordenó que recogiera todos los soldados que pudiera encontrar dispersos. Esto mantuvo al joven oficial ocupado la noche íntegra, sin dormir y cabalgando por un territorio que desconocía.
La noche del 24, cuando aún no se sabía si Tristán iba a intentar un ataque, los patriotas -refiere De la Rosa- utilizaron un ocurrente ardid para asustarlo. Escribieron una carta falsa, firmada por un general inventado, fechada en Santiago del Estero y dirigida a Belgrano, donde le anunciaban la inminente llegada de fuerzas muy poderosas en su auxilio. Entregaron la misiva a un paisano "muy avivado y valiente", que se las arregló para hacerse capturar por las fuerzas de Tristán. La carta le fue arrebatada y el jefe la leyó, lo que aumentó sus dudas sobre lo que ocurría en el interior de la ciudad.
El entonces teniente -y luego famoso general- Paz, entre otras coloridas anécdotas, cuenta que horas después de la acción, cabalgaba junto a un Belgrano lleno de inquietud y de desconcierto. De pronto, llegó al galope el teniente Juan Carreto, a quien Belgrano le preguntó qué sabía de la situación de la ciudad. "Nosotros hemos vencido al enemigo que teníamos al frente, pero creo que ha ocupado la ciudad", contestó equivocadamente Carreto. El impetuoso coronel José Moldes dijo entonces a Belgrano: "No crea usted a este oficial, que está hablando de miedo". Carreto respondió: "¡Señor coronel, yo no tengo miedo, y tengo tanto honor como usted!", a lo que Moldes replicó: "¡Cómo ha de tener honor un ratero como usted!". Esto decía al ver a Carreto cargado con objetos tomados de los bagajes enemigos. Frente a la injuria de Moldes, el teniente lo retó a duelo y se alejaron para batirse. Belgrano parecía no advertir el incidente, hasta que su ayudante Manuel Vera se lo hizo notar. "Señores, ¿qué insubordinación es esta?", exclamó el general, con lo que el lance se detuvo.
Rato después, arribó Balcarce con algunos oficiales y soldados. Afirmó jubilosamente que habían obtenido la victoria. Belgrano le inquirió en qué se fundaba. "Nosotros hemos triunfado del enemigo que teníamos al frente, y juzgo que en todas partes habrá sucedido lo mismo: queda ese campo cubierto de cadáveres y de despojos", afirmó Balcarce. Mostró además, al general, "un gran cuchillo de monte con una rica empuñadura, en que estaba asegurada una medalla de oro de las que se habían grabado en honor de Goyeneche (el jefe supremo realista), cuchillo que pertenecía al coronel enemigo Peralta", refiere Paz.
El mismo afirma que narrar la acción de Tucumán era muy difícil. Dice que "en esas conversaciones eternas que sobrevienen después de una batalla, en que cada uno refiere lo que ha sucedido en el punto en que se ha encontrado, y el modo cómo comprende el conjunto de la acción, suelen tomarse ideas de lo que no se ha podido presenciar personalmente". Pero afirma que, en la batalla de Tucumán, "me sucedió lo contrario, pues después de oídos innumerables detalles, nunca pude coordinarlos para formar un juicio exacto de los movimientos de ese día de confusión y de gloria: de ese día solemne y de salvación para nuestra patria".