Es tan concluyente la réplica del señor Antonio Juan Liberti (LA GACETA Literaria del domingo pasado) al panegírico liberal del doctor Julio Rougés (LA GACETA Literaria del 1 de agosto) sobre los hipotéticos beneficios que proporcionaría a la humanidad el libre cambio y las inversiones extranjeras en los países subdesarrollados que me eximiría de mayores comentarios.
Sin embargo, no puedo dejar de expresar algunas reflexiones que me inspiró el artículo del distinguido colega y titular de la cátedra de Derecho Comercial II sobre el libro de Eduardo Galeano Las Venas Abiertas de América Latina, que tan pobre concepto le merece. Y, así, se me ocurrió que quizá debería hacérselo llegar (me refiero a su artículo) al científico Stephen Hawking, que anda por ahí proponiendo un salto a otros planetas para preservar a la especie humana, cuando la solución se encuentra al alcance de la mano: abrir, lisa y llanamente, las fronteras económicas. Aunque dudo que opinen lo mismo los agricultores mexicanos que no parecen sentirse particularmente agraciados por el ingreso irrestricto a su país del maíz y otros cereales y granos provenientes de sus socios del ALCA.
Lamentablemente, por una cuestión cronológica, Galeano (su libro se publicó en 1971 y los hechos ocurrieron en 1973) no pudo prever los efectos salutíferos que las inversiones extranjeras habrían de provocar en Chile, apenas dos años después, cuando la ITT encabezó el comité de empresas transnacionales que, con la complicidad de Nixon, la CIA y Milton Friedman, provocaron el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende, como lo revelan los archivos desclasificados de dicha repartición norteamericana.
Quizá ignore, también, que, como lo relata J.K. Galbraith en La Paz Indeseable, a mediados de los 70 el gobierno de EE.UU. convocó a una reunión de notables, de la cual él participó, con el objeto de analizar los efectos de una hipotética paralización de la guerra de Vietnam, cuya conclusión fue, sin más, que en un cortísimo plazo de tres o cuatros años en ese país escasearía el agua potable a causa de que la columna vertebral del sistema se vería quebrada al cesar la industria bélica, con la consiguiente paralización de la industria del acero y las demás proveedoras de ese elemento, y el efecto dominó que tal cosa produciría en las restantes áreas de la economía. En esa obra, Galbraith cuenta que, como consecuencia de esa maquinaria en quien el colega deposita todas sus esperanzas, las fuerzas armadas de ese país debieron comprar portaaviones a las empresas privadas, a los que ningún uso se les dio y que, alineados uno a la par de los otros cubrían toda una bahía del oeste norteamericano durmiendo el sueño de los justos, mientras la tasa de pobreza, no digo en el mundo, sino en ese propio país se mantenía inalterada.
Se trata del mismo J.K. Galbraith al que intentaron ridiculizar los Chicago boys, discípulos dilectos de aquel benefactor de la humanidad toda que es Milton Friedman, cuyas políticas se aplicaron con gran éxito no solamente en Chile, sino en muchos otro lugares del planeta, como Nueva Guinea, adonde Suharto, conspicuo seguidor de sus teorías, asesinó a cientos de miles de personas para hacer posible su aplicación.
En cuanto a las inversiones extranjeras en China continental, transformaron a ese país "en el taller de mano de obra barata del mundo y, por tanto, en la ubicación preferida de las plantas de producción subcontratadas por prácticamente todas las multinacionales del planeta. Para los inversores extranjeros y para el partido, este ha sido un arreglo con el que todos han salido ganando. Según un estudio de 2006, el 90 % de los multimillonarios de China son hijos de funcionarios del Partido Comunista. Son un total, aproximadamente, de 2.900. Estos vástagos del partido (conocidos como ?los principitos?) controlan una riqueza valorada en unos U$S 260.000 millones". La cita corresponde a La doctrina del shock (página 256), de Naomi Klein, obra en la cual se revela que la información sobre la represión en la plaza Tiananmen no se condice con lo que tradujo la prensa occidental, sino en sentido casi exactamente inverso, según informa Wang Hui, uno de los organizadores de la protesta, en su libro China?s New Order.
Clímaco de la Peña (h)