Si partimos de la base que la verdad universal es sólo una falacia, entonces cada una de nuestras realidades, dichos, sentimientos y quehaceres son mentiras, en tanto existen y tienen sentido sólo para nosotros y para nuestro entorno ¿Acaso eso es una mentira? ¿Quién puede ser el juez supremo del decir ajeno sobre un sentimiento o sobre una experiencia vivida? El mitómano vive su propia mentira, es tan real para él que llega a convertirse en su verdad. Entonces, ¿podemos asegurar que miente o simplemente no podemos percibir su verdad?
El mecanismo de defensa llamado represión permite que se repriman ciertas verdades angustiantes para nosotros o para los demás, y así la mentira se estructura y toma como base la represión. Este mecanismo es casi una necesidad de protegernos y proteger al otro de una verdad aniquiladora.
Si los niños y los borrachos dicen la verdad es porque su psiquis no cayó bajo el efecto de la represión. En el caso de los pequeños es porque el yo social (que permite desplegar la capacidad de ponernos en el lugar del otro) aún no está del todo constituido en esa etapa. Los sueños son las únicas mentiras que pueden realizarse. Entonces, el desafío es no tener miedo a soñar, aunque eso incluya el mentir. Más vale una mentira que te haga feliz que una verdad que te haga llorar.