"Respecto de la violencia, la tarea es 'cambiar de tema', desplazarnos (?) hacia la compleja interacción entre sus tres modos: subjetiva, objetiva y simbólica. La lección es que debemos resistirnos a la fascinación de la violencia subjetiva, ejercida por los agentes sociales, por los individuos malvados (?): la violencia subjetiva es, simplemente, la más visible de las tres".
Slavoj Zizek: "Sobre la violencia".
Ocurrió ahí. Todos tienen internas, pero no pasó en otro gremio sino en ese. Y, para peor, ocurrió lo que, lamentablemente, ya había ocurrido antes. Porque no es la primera vez que sucede eso allí, en ese sindicato. En el de los trabajadores viales. En el de los asfaltadores. Así que fue perturbador, pero no sorpresivo. Porque, en verdad, la democracia pavimentadora es, objetivamente, violenta.
La asamblea que debía elegir la junta electoral del gremio de Vialidad, para encarar el proceso electivo de renovación de autoridades, cayó el martes, muerta a balazos. Esos que tanto la conducción del sindicato como sus opositores atestiguaron, mientras se endilgaban mutuamente la responsabilidad por esa irresponsabilidad. No hubo víctimas que lamentar (y en el Gobierno algunos se frotan las manos con el gel de la intervención a un sindicato donde no es seguro que puedan renovarse los mandatos antes de que se venzan), pero sí hubo un mensaje lamentable. Con independencia de quién jaló el gatillo, que un acto institucional -previsto por las normas- termine a los tiros, es la representación simbólica más acabada de un pensamiento manifiestamente violento: se puede hacer cualquier cosa porque, después, nada pasará. Y esa idea va mucho más allá de que no haya habido ni un solo detenido por los incidentes de aquella mañana salvaje.
A lo largo de los Seis ensayos marginales que componen el libro Sobre la violencia, el filósofo esloveno Slavoj Zizek se empecina en probar que la violencia está presente en todas partes: que los ciudadanos no puedan aceptarla o explicarla es otra historia. Pero, particularmente, el autor de Porque no saben lo que hacen, machaca en que la violencia visible, esa que es escandaliza por su carácter casi pornográfico, esa que es ejercida por un alguien identificable, está sostenida por una violencia oculta, que es la que sostiene el sistema político y económico. Ese sistema en donde aquello de que se puede hacer cualquier cosa porque, después, nada pasará, más que un estandarte es un escudo de armas.
Knockeando la República
Tras de sí, la aplanadora de la democracia pavimentadora ha dejado un largo camino de instituciones violentadas. Apenas llegó al poder, comenzó a ensayar toda clase de maniobras para digitar la designación de jueces. Derogó el sistema que regía desde principios de los 90, instauró un sistema dedocrático y después ensayó adefesios en la Constitución de 2006, hasta que terminó por donde debió haber empezado: un Consejo Asesor de la Magistratura plasmado en una norma surgida del diálogo y el consenso. Mientras tanto, la Justicia acumula, como cicatrices, más de 40 cargos acéfalos.
La señora de los ojos vendados fue una víctima temprana, pero no la primera. El mirandato se despidió consagrando normas acicateadas con la violencia de lo incoherente: leyes que golpeaban a su propia madre, la Legislatura. Así maduró el cambio en el régimen de Decretos de Necesidad y Urgencia. Antes, caducaban si en 20 días no eran tratados por la Cámara. Ahora, como se sabe, si no son debatidos después de ese plazo, quedan firmes.
Después fue violentada la igualdad de los poderes. Reformaron la Constitución y el poder político se garantizó la mayoría en el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados y, también, la Junta Electoral Provincial. No hubo detonaciones ni corridas, pero no fue menos perturbador que lo del gremio de Vialidad. Y pautaron que para hacerle juicio político al gobernador o al titular de la Legislatura, hacen falta más votos parlamentarios condenatorios que para hacer lo mismo con un vocal de la Corte. Luego de tantos embates, la pobre República quedó desequilibrada.
Masacrada transparencia
La democracia pavimentadora nunca asumió que era violento incumplir con lo prometido. Hasta tal punto que, por estos días, hace gala de desconocer, de manera sistemática, mucho de lo que pone por escrito.
El Ministerio de Salud de la Nación, supuestamente a cargo de Juan Manzur, publicó un instructivo nada menos que referido a cómo proceder en los centros asistenciales con los abortos no punibles pero, luego, el presunto ministro lo desconoció.
A esa senda ya la había asfaltado el Ministerio de Salud de la Provincia, aparentemente a cargo de Pablo Yedlin: alegaron no saber muy bien qué estaban firmando cuando autorizaron desembolsos por $ 800.000 a una fundación fantasma, por cursos de dudosa calidad. Para peor, ni siquiera es seguro que las capacitaciones hayan sido dictadas por la inexistente institución. No menos violenta es la pretensión de que, como no se pagaron las facturas (esas que el tesorero de la fundación declaró ignorar por completo), el asunto es menor: nada grave. Ojalá no diagnostiquen pacientes con el mismo criterio con que diagnostican la situación administrativa del Sistema Provincial de Salud?
Matar con la indiferencia
En el mismo cordón cuneta, da la impresión de que al Gobierno tampoco le parece violento desconocer el acta que firmó, mediación eclesiástica mediante, con el compromiso de llamar a paritarias a los trabajadores autoconvocados de la salud (esa gente que salva vidas en hospitales que enferman) para discutir las mejoras salariales de este año. Nada hizo al respecto así como nada dijo acerca de los hechos de violencia física ocurridos en un edificio público como el hospital Padilla, cuando una patota atendió médicos a golpes de puño. Los sumarios son sólo para los que alzan la voz de la protesta: las golpizas son ajenas.
Los hombres y las mujeres de la sanidad siguen marchando semana tras semana para decir que son víctimas de la violencia de un Estado que, lejos de escuchar sus demandas, los persigue con toda clase de sanciones. Al igual que los familiares de las víctimas de crímenes impunes, que se sienten castigados por un Gobierno que no reglamenta el régimen de protección de testigos. Para ellos, y para tucumanos que se pueden contar por miles, probablemente resulta violento que el mandatario provincial asevere que la inseguridad es un problema que no podrá resolverse, como si la contención de la delincuencia fuera equiparable a la contención de las inundaciones.
Y están los jubilados que reclaman el 82% móvil desde hace siete años. Cada vez son menos en las marchas de los miércoles, pero no porque el oficialismo que administra una Anses superavitaria esté disuadiéndolos con sus obras de hormigón sino porque a ellos, literalmente, se les va la vida en ese reclamo, cuya finalidad no persigue vacaciones en el norte de Brasil sino comprarse los remedios y llegar a fin de mes.
Y están, además, los asalariados, quienes cada vez que el Indec publica su ciencia ficción sienten la violenta sensación de que se les ríen en la cara, pese a que no llegar a fin de mes por culpa de la inflación, varias veces superior a la kirchnerista, no causa ninguna gracia.
Y están, también, los pobres, a los que la estadística oficial borra violentamente, con el específico objetivo de no incomodar con una miserable realidad de pobreza inacabable a los gobernantes de las riquezas incontables.
Esa es la vuelta de tuerca que la democracia pavimentadora le da a la violencia oculta que sostiene su sistema político y económico: también puede omitirse cualquier cosa y todo continuará como siempre. "A veces -advierte el autor de El títere y el enano-, no hacer nada es lo más violento que puede hacerse".
Pegarle al otro
Por estas horas, esa última admonición atraviesa como un picaboletos la iniciativa para aumentar el precio del cospel para el servicio urbano de pasajeros. En la Municipalidad capitalina y en la Casa de Gobierno unos reconocen y otros celebran que el intendente haya sido violentamente pasado por alto: pueden llenarse varios colectivos con las fuentes que aseveran que la suba de la tarifa fue instruida por el Poder Ejecutivo directamente a los concejales oficialistas. Los del 9 de julio van a ser los ómnibus gratis más caros de los que se tenga memoria. El jefe municipal dijo explícitamente que su opinión no está a favor del aumento, pero no lo vetará. Y al presidente del cuerpo deliberativo tampoco le simpatiza la medida, pero la promulgará. ¿Por qué? Por temor a violentas represalias políticas o económicas. O las dos juntas.
Desde el Concejo Deliberante y desde la Intendencia reproducen ese miedo mediante el ejercicio de imaginar, con personajes ficticios e innominados, un diálogo hipotético:
- Vos no podés decir que sí a todo lo que te piden, Flaco.
- Andá decile vos que no, Colorado.
Lo real es que los tucumanos enfrentarán la violenta situación de tener que afrontar otra suba del boleto sin margen de negociación alguna. Porque -y sin importar que se tratará de una pantomima- en el hecho de que los empresarios del transporte urbano de pasajeros pidan un aumento mayor que el que se aprobará no hay negociación alguna. Es decir, para que se tratase de un negocio, las dos partes deberían ganar algo. Sin embargo, aquí sólo triunfará una. Y no será la del sector de los usuarios porque, a cambio de pagar más, ellos no conseguirán, por ejemplo, que se instalen en los coches expendedoras de boleto con tarjetas magnéticas, para acabar con el secuestro extorsivo de cospeles cada vez que se avecina un tarifazo.
Es que en la democracia pavimentadora no se puede esperar otra contraprestación distinta que el asfalto. Cuando los tiempos de la reforma constitucional, miles de afiches invitaban a pensar qué lindo sería poder interrumpir democráticamente el ejercicio en la gestión pública de un político que incumplía lo prometido a sus representados. Pero el masivamente promocionado instituto de la Revocatoria de Mandato nunca llegó al nuevo texto constitucional, donde al oficialismo, no contento con establecer para sí mismo una re-elección consecutiva, habilitó dos. Hay que reconocer, por perversa que sea, la coherencia de ese hecho: violentaron, inclusive, la institución que más querían. La única que les importaba.
"La violencia, lo que somete, constituye el carácter esencial del imperar", recuerda Zizek, citando a Martin Heidegger. Dicho en términos pavimentadores, "vamos por todo".