"Estaba tan nerviosa y preocupada que me comí todo". "Lo que pasa es que picoteo cuando estoy aburrido". "Antes de rendir el examen me bajé el frasco de dulce de leche". Comer ante situaciones de ansiedad es más frecuente de lo que se supone. La ansiedad en sí no es mala: implica un deseo, un anhelo, el querer realizar algo. Esta situación tiene su correlato a nivel físico ya que, por ejemplo, se acelera la frecuencia cardiaca.
Ahora bien, muchas veces la ansiedad, esta suerte de alarma, se activa innecesariamente, sin un motivo real. El encuentro con aquello que se teme, aunque no sea cierto, genera este sentimiento.
Se puede estar ansioso por algo que aún no pasó o que está lejos, tal vez, de suceder. Es una ansiedad disfuncional. En estos casos, hay quienes recurren a la comida como forma de canalizar esta sensación, sin detenerse en la causa que la provoca.
No produce placer
"Una forma de combatir esta situación es analizar en qué momentos la persona recurre a la comida. Si es porque está aburrida, nerviosa, depresiva o angustiada y de este modo hacerle ver que existen conductas más saludables que la pueden ayudar en ese momento, como por ejemplo salir a caminar o hacer algún deporte", afirma una de las psicólogas e integrantes del Programa de Sobrepeso y Ansiedad de la Asociación Ayuda, Marcela Olaizola.
El problema no es el placer culinario, cocinar, pensar en la comida y disfrutar de ella. "Eso es bueno; el problema se da -distingue Victoria Rey, otra de las integrantes del Programa- cuando no existe un control y se produce una ingesta sin sentido".
El "autorregistro"
Entre las estrategias para regular la ansiedad se encuentran el autorregistro de las ingestas diarias y el análisis de las conductas y pensamientos. También están las acciones destinadas a manejar las situaciones emocionales, la actividad física y la búsqueda de nuevas conductas funcionales.
"El autorregistro les sirve a los pacientes para darse cuenta en qué momento del día comen, por qué y de qué forma. El análisis de las conductas sirve para reemplazar los malos hábitos alimentarios", indica Olaizola.
A su vez, las estrategias conductuales contribuyen a observar de qué manera se lleva adelante la ingesta de alimentos: dónde se está, cómo se come (parado, sentado, trabajando), si se come lento o rápido, si en la mesa hay alimentos que estén dentro de la dieta recomendada, cómo se mastica, y qué ocurre cuando no se come dentro del hogar, es decir si se toman los recaudos necesarios al momento de pedir un menú. En tanto, el manejo de las situaciones emocionales tiene que ver con el entrenamiento necesario para poder asociar una situación emocional a la ingesta de comida. De esta forma la persona se dará cuenta de cuáles son las situaciones que no puede manejar adecuadamente.
"Entre los desórdenes alimenticios más comunes se encuentran los atracones, el picoteo, el famoso comedor nocturno y la ortorexia: la obsesión por ingerir determinados alimentos considerados saludables (barras de cereal por ejemplo)", manifiesta Rey.